Los demonios nacionales viven, como los familiares, agazapados al fondo de los tejidos, en las mismísimas células. Sin embargo no flotan, sino que hacen pie en el territorio, en concreto en la geografía. El Reino Unido está separado de Europa por el Canal de la Mancha, y unido a ella por las guerras, que tampoco son el mejor pegamento. En la historia de Europa las naciones han estado siempre desgajándose y rehaciéndose, guerreando entre sí y urdiendo pactos de dinastías a través de acuerdos matrimoniales, remedio hoy no disponible en botica. Si la cotización de la libra cae se debe al pánico a que, si triunfa el "brexit", Londres deje de ser el corazón financiero de la UE, y pase a serlo, por ejemplo, Fráncfort. Lo malo es que los demonios nacionales no viven en una víscera tan civilizada como el bolsillo, sino, como se ha dicho, en la geografía, cuya voluntad es muy difícil de mover.