En su Teoría Económica de la Acción política en una Democracia, Anthony Downs explicaba que en un mundo de conocimiento imperfecto y en el que la información entraña costes, los ciudadanos optan por gestionar el sentido de su voto basándolo en la ideología de cada partido, la coherencia de sus políticas con esta y la honestidad que obtendrán a través del torrente de información gratuita. De este modo los electores conseguirían ejercer el voto con un coste mínimo.

El 20 de diciembre los electores tomamos nuestra decisión, con mayor o menor acierto. Pero ahora es el momento de los políticos. Y la decisión de estos también ser rige por unos criterios, que en este caso podríamos explicar mediante la teoría de juegos. Esta teoría habla de las decisiones que toman los individuos para obtener el máximo beneficio, cuando este depende de las decisiones que otros adopten. El Equilibrio de Nash se obtiene cuando cada jugador intenta maximizar sus ganancias y piensa que perderá si cambia de estrategia. El comportamiento ideal llevaría a tomar la mejor decisión para conseguir un óptimo resultado, pero no siempre los jugadores eligen la opción más apropiada. Uno de los ejemplos más conocidos de esta teoría es El dilema del prisionero, que popularizó Albert W. Tucker. Dos individuos son arrestados por la policía en calidad de sospechosos, pero esta carece de pruebas para condenarlos. Sin saber lo que el otro hará, el mejor resultado para los detenidos lo obtendrán si cooperan; el peor, en caso de que actúen de forma egoísta. Si bajo esta perspectiva analizamos el comportamiento de los distintos partidos políticos para la formación de Gobierno, debemos concluir que o están jugando a otro juego o la decisión adoptada no es la que más les conviene.

Pedro Sánchez ha formalizado el acuerdo con Albert Rivera, a sabiendas de que la reforma constitucional que requiere no pasará la aprobación del Senado, pues el PP no aceptará ni un Gobierno liderado por el PSOE, ni reforma alguna, si antes no hay un previo pacto de gran coalición entre los tres partidos. Y Rivera firma el acuerdo con Sánchez, sabiendo que sin el permiso del PP y de Podemos, no será posible ese gobierno. Por su parte, Iglesias, aunque había retirado el veto a Sánchez para que pudiera negociar con Rivera, ha roto las negociaciones con el líder socialista y advierte de que solo apoyará su investidura si acuerdan un Gobierno de coalición, y que el programa de Podemos es antagónico al de Ciudadanos. Aunque apenas cuente con dos diputados, Garzón, el líder de IU-UP, orgulloso de haber sentado en la misma mesa de negociación, además de a su grupo, al PSOE y a Podemos y sus confluencias, sabe que la suma de estos partidos no cuenta la mayoría suficiente si no los apoyan los partidos independentistas, y estos ya han declarado que no lo harán, si ese Gobierno de coalición no asume la convocatoria del referéndum de autodeterminación. En definitiva, atendiendo al dilema del prisionero, todos estarían tomando malas decisiones para su beneficio, pues al buscar su interés particular sin importarles el de los demás, impedirán el pretendido acuerdo.

Si pensamos que estos jugadores tienen suficiente perspicacia para no propiciar conscientemente su ruina -y no hay motivo para pensar lo contrario-, tendremos que colegir que el juego al que juegan no es el de llegar a un acuerdo de investidura, sino otro distinto, el cual bien puede ser promocionar el propio liderazgo, desprestigiar al contrario o conseguir el fracaso de la negociación de cara a otro escenario, que a corto plazo no puede ser, sino el de unas nuevas elecciones generales.

De ser esta hipótesis cierta, podríamos valorar si las decisiones de los jugadores se ajustan o no al máximo beneficio. Así, la decisión de Pedro Sánchez de presentarse a la investidura, a sabiendas de que será derrotado, resulta óptima, pues tendrá el beneficio de aparecer ante los electores de centroizquierda como partidario del entendimiento y el acuerdo, y de no haber permitido el Gobierno de la derecha. Y Rivera, con la suya, convierte a Ciudadanos, de grupo irrelevante en necesario, con el premio añadido de parecer inasequible al desaliento en su apuesta por la gobernabilidad y la regeneración. Por otra parte, la decisión de Iglesias de romper las negociaciones con el PSOE -una vez descubierto el acuerdo de Sánchez con Rivera, al que califica de marca blanca de la derecha-, recogería el apoyo de los electores situados más a la izquierda, por su coherencia al defender el Gobierno del cambio, aunque no sea regenerador. Del mismo modo, ERC y DL recibirían el apoyo del electorado independentista, al entorpecer que gobierne una alianza que no asume el referéndum de autodeterminación. Y el PP, que parece el gran damnificado, lograría también el aplauso de los electores situados a la derecha del espectro político, al presentarse víctima de la confabulación del resto e impedir un Gobierno de centroizquierda contaminado por el apoyo de radicales y secesionistas.

De este modo, los jugadores políticos si obtendrían en este escenario el máximo beneficio particular -aunque no sea el mejor para todos-, y minimizarían las pérdidas de no participar de momento del poder. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de los electores, pues la decisión que hemos adoptado no parece ni la más óptima, según la Teoría de juegos, ni la más provechosa, según el modelo de Downs. Y así, deberemos votar de nuevo en junio y no tendremos Gobierno hasta pasado el verano, con los consiguientes perjuicios para nuestro bolsillo y nuestras expectativas.