Pasan las semanas y lo que parecía un globo destinado a desinflarse gana consistencia: cada vez es más difícil impedir que el controvertido multimillonario Donald Trump, próximo a cumplir 70 años, se convierta en candidato del Partido Republicano en las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre.

Su triunfo en las primarias de Nevada, donde sumó más votos que sus dos principales rivales (el joven senador por Florida, Marco Rubio, y el ultraconservador senador por Texas, Ted Cruz) lo han propulsado como el hombre a batir ante el Supermartes del día 1. Ese día, se celebran primarias en 15 estados y, salvo excepciones (como la citada Texas, donde lidera Cruz), Trump es el favorito para lograr los delegados que permitan su proclamación como candidato, en la convención a celebrar en julio en Cleveland (Ohio).

Pese a la imagen que se transmite de Trump, como un político populista y maleducado (sus declaraciones despectivas contra los inmigrantes mexicanos o su negacionismo del cambio climático serían prueba de ello), no es fácilmente encuadrable como un conservador a ultranza. Por ejemplo, es crítico con las deslocalizaciones de empleo de empresas de EE UU (como hizo con la farmacéutica Pfizer, que buscaba eludir el pago de impuestos).

Vista su trayectoria anterior como empresario (salpicada de decisiones polémicas? que podrían ocultar cadáveres en el armario, prestos a ser usados por sus adversarios) y sus declaraciones hirientes contra toda clase de colectivos, podría pensarse que no tiene opciones de victoria. Pero quedémonos con dos datos: ganó con claridad entre los hispanos que votaron en Nevada? pese a competir con dos de ellos y, en un hipotético enfrentamiento con Hillary Clinton, perdería ahora por menos de tres puntos. Así que empieza a ser peligroso poner fecha de caducidad al ciclón Trump.