Y tan rara. Hay que estudiarla a fondo. Afecta a la izquierda extrema obsesionada como está en medio de un trastorno inexplicable con la religión católica y todo lo que ella supone. Si hasta Pilar Rahola se ha mostrado contraria ante lo sucedido en la entrega de los premios Ciudad de Barcelona. En un suelto sin desperdicio, dice entre otras cosas: "¿es necesario usar la oración central de los católicos, tantas veces bálsamo del dolor, para reírse de ellos? No creo que sea necesario, es doloroso para miles y zafio para la mayoría. Y por encima de todo es estúpido porque el desprecio a los católicos ya no es un arma revolucionaria, solo es el retrato preciso de la estupidez. El problema viene cuando esa estupidez se paga con dinero público".

De lo escrito por Rahola se desprende también que el desprecio a los católicos manifestado por minorías no precisamente silenciosas ha venido siendo un arma revolucionaria. Yo creí que la revolución era otra cosa, un cambio social fundamental en la estructura de poder o las consideraciones aristotélicas. Parece ser que no. Tiene más que ver con los católicos que con lo que en realidad necesita una revolución urgente.

No creo que sea bueno acostumbrarse y mostrar una tolerancia pacata ante lo que regularmente hacen los extremistas, con la colaboración indispensable de administraciones populistas como la de Colau, que no dudan en ofender a millones de católicos españoles, pisoteando su fe, nuestra fe. Son muchas las reacciones habidas contra esa rara patología que volvió a ponerse de manifiesto recientemente en Barcelona. Por eso aplaudo al centenar de personas que el pasado viernes rezaron el Padrenuestro en varios idiomas ante el Ayuntamiento de Barcelona para protestar por la ofensa contra los creyentes de una religión que en España lleva perseguida algún tiempo por parte de algunos sectores.

Las personas concentradas mostraban distintas pancartas donde podía leerse: "Stop a las blasfemias. Con mis impuestos ¡No!" o "Libres para mostrar nuestra fe". También podía leerse en algún que otro cartel: "Colau, blasfema contra el Corán si te atreves". Ahí es donde se achican y se achantan estos majaderos. Lo dice también la Rahola en su suelto: "Al Islam no hay quien le silbe". Católicos y judíos nos llevamos la peor parte. La nueva casta de pijoprogresistas la tiene tomada con una religión que identifican con la derecha y como a la derecha hay que llevarla directamente al paredón y fulminarla, ahí tenemos los resultados.

Ser progresista es también ser tolerante. Pero esta progresía que llega es cualquier cosa menos eso. Prefieren el pito a la flauta. El insulto a la lisonja. La bofetada a la caricia. La persecución a la armonía. El hostigamiento a la acogida. El odio al amor. Y así sucesivamente. Se lo tienen que hacer mirar urgentemente.