Estábamos acostumbrándonos con pesar a despedir cada año a tres mil personas que abandonan esta provincia, los mayores porque se convierten en pasado y los jóvenes porque no encuentran futuro en esta tierra. También nos resignábamos a regañadientes a la pérdida definitiva de servicios y empresas, tras la lucha titánica aunque a última hora de los trabajadores que perdían su empleo o eran trasladados fuera para mantenerlo.

Parecía ser el destino de Zamora por diversas causas: por su situación geográfica en la frontera, por los recortes de la macroeconomía, por el caciquismo político secular y renovado, por la falta de iniciativa de nuestra pobre gente, ¡pobres!

Empezábamos a conocer las causas de esta deriva de adioses tomando conciencia de que, en lugar de ser una maldición divina, en la mayoría de los casos eran provocados por decisiones políticas de nuestros representantes, "que no, que no, que no me representan, que no".

Cuando de repente nos encontramos con que podemos perder tres pueblos con sus casi setecientos habitantes porque una decisión política más ha trazado una verdadera línea roja que con el incomprensible nombre de Ubost los une a la vecina Salamanca. Sí, la misma que se lleva a nuestros estudiantes desde hace años apenas acaban la enseñanza básica por estos lares, porque aquí las titulaciones de nuestro Campus siempre están amenazadas por decisiones que son también políticas.

O sea, que tenemos que decir adiós a los jóvenes de Cañizal, Vallesa y Olmo de la Guareña, que quieren seguir estudiando con sus compañeros de la comarca, aunque para ir al médico prefirieran irse a la cercana Salamanca, donde al final acaban mandándonos a todos los de Zamora si tenemos algún problema grave, porque tienen más medios hospitalarios.

Ahora dirán los neocaciques que elegimos democráticamente que eso no es cierto, que el Ubost solo es una agrupación a efectos de reorganizar los servicios en el medio rural para que sean más eficientes -dirán-, más baratos -entenderemos-. Y que la provincia de Zamora seguirá igual.

Nos dirán que con el Ubost no vamos a perder nada. Y quizá sea cierto. Pero aunque no recordemos lo que dijeron cuando perdimos otros trenes de desarrollo o trenes de verdad como el de la Ruta de la Plata, sí nos acordamos que prometieron volver en ese mismo tren? y no lo hicieron. Por eso tampoco nos creemos las amenazas del presidente del partido del Gobierno en funciones, que no hay forma de despedirle, "adiós, Maíllo, adiós", porque anda a medio camino entre la alcaldía de un pueblo zamorano con Ubost y una flamante vicepresidencia madrileña. Dice que si no gobierna su partido perderemos la autovía a Portugal y el AVE a Galicia. ¡Venga, hombre! ¿Otro tren más?

Lo que vamos a perder si no reaccionamos a tiempo es la posibilidad de que los hijos o nietos de los setecientos vecinos de Cañizal, Vallesa y Olmo de la Guareña, sean muchos o pocos, estudien donde lo llevan haciendo desde hace años. Y todo por una línea trazada contra la voluntad de los pueblos.

Mira que no soy yo mucho de fronteras en materia de derechos. Y que creo que la patria "son mis hermanos, que están labrando la tierra".

Pero soy menos de "ubostes", o como quiera que se llamen, que no respetan lo que quiere la gente.

No quiero que el instituto de Fuentesaúco tenga que decir adiós a los estudiantes de ningún pueblo. Al menos, no tan pronto.

No quiero tener que decir como Machado a ningún político de la Junta: "Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía / Señor, ya estamos solos, mi corazón y el mar".

Y que sepan, señores del Ubost, que ya no creemos que a los niños los trae la cigüeña. Porque si así fuese, habría más bienvenidas que adioses en Zamora.

Hemos perdido la inocencia política. Adiós, cigüeña, adiós.