Sigo leyendo toda clase de libros mientras las balas de la realidad silban al rozarme la cabeza. De vez en cuando abandono el volumen a un lado del sofá y me introduzco en los oídos los auriculares de una pequeña radio que siempre me acompaña. La balacera política continúa fuera de mi habitación. Parece lejana, pero me concierne, aunque no la entiendo. Me siento perdido, incapacitado ya para otra cosa que no sea la lectura y también, modestamente, la escritura. ¿El hecho de que yo lea, me pregunto, influye positivamente sobre el mundo exterior? Si de repente en este país (en estos países, según otros) todo el mundo se pusiera a leer, ¿se solucionarían los problemas? ¿La vida contemplativa de gente como yo influye en las personas de acción, entendiendo por personas de acción las responsables de la evolución del PIB?

Regreso al libro abandonado a un lado del sofá. Se titula "El mundo de los insectos". Lo he comprado en una librería de viejo, de modo que es un poco antiguo, aunque sus ilustraciones se conservan con si se hubiera editado ayer y su sintaxis es clara como el agua. Dice que hay insectos que ponen sus huevos en cualquier parte y se largan, confiando al destino la supervivencia de las larvas. Otros, en cambio, desovan en el interior de las orugas, de modo que cuando la larva aparece se alimenta de ella. Y lo hace con una inteligencia sorprendente, de manera que la oruga permanezca viva el mayor tiempo posible. Significa que se la va comiendo por partes, empezando por aquellas que resultan más prescindibles para la vida.

Desde una perspectiva humana, podríamos hablar de una voluntad de hacer daño a la oruga, pero no es el caso. En la naturaleza hay interacciones desprovistas de intención moral. Si eres oruga, te expones a ser habitado por la larva de un insecto del mismo modo que si eres persona puedes ser ocupado por una obsesión. No sabemos quién pone los huevecillos de los que salen las obsesiones. A veces, la radio o la televisión. Escuchas las declaraciones de un político, te vas a la cama con ellas en la cabeza, y cuando te despiertas hay una idea haciendo túneles en el encéfalo. Leer y vivir no deberían ser actividades incompatibles, pero hay épocas en las que haces una cosa o haces la otra.