La pujanza innegable de sectores tan made in Castilla y León como son el de la automoción y el agroalimentario dan fe de que determinados estereotipos se usan erróneamente con un territorio como el nuestro. Hay, sin duda, mucho camino por recorrer, máxime en un momento en el que la economía mundial experimenta nuevos y amenazantes nubarrones, el euro se deprecia frente al dólar, los países emergentes ralentizan su crecimiento o presentan serios signos de preocupación y la incertidumbre institucional de España marca ahora la agenda política. Todos esos síntomas dibujan un escenario febril que nos empuja a pensar en las peores recidivas tras un largo período de convalecencia y de acreditado esfuerzo colectivo. Pero, dicho esto, conviene no salirnos del pespunte esencial, que no es otro que ese hilo resistente con el que debemos tejer la confianza en nuestro potencial industrial.

Para empezar, creo que la menor -aunque inquietante- tasa de paro que tiene la Comunidad en relación al conjunto de España, el ejemplarizante aumento de las exportaciones y la colaboración entre el sector público y el privado son claros ejemplos de que los mimbres regionales son sólidos y confirman la apuesta por la imprescindible diversificación de nuestra economía. Coincido con el presidente del Círculo de Empresarios, Javier Vega de Seoane, cuando recientemente sostenía en Valladolid que la gente de aquí es "recia, arraigada y que, como empleado, es buena; gente sólida, con calidad humana, centrada en lo suyo y que hace las cosas bien". Una definición que espero compartamos muchos castellanos y leoneses y que, por ejemplo, bien podría elevarse a las mesas de negociación entre multinacionales y representantes de los trabajadores. Y añado algo más: somos gente comprometida y que rehúye de los cánticos de sirena, una actitud vacua que, salvo excepciones, no va por suerte con el perfil de los ciudadanos de esta tierra.

Pero, obviamente, todo ello exige una constancia y un sentido de responsabilidad y liderazgo que, de manera primordial, debe rehuir de la autocomplacencia y la relajación. Porque Castilla y León presenta carencias que precisan de respuestas firmes y eficientes. No es la mejor señal que el presupuesto para ciencia y tecnología de la Comunidad haya pasado del 3 por ciento en 2008 al 1,8 el pasado año. Tampoco lo es que la visión internacional de una gran parte del empresariado regional dé muestras inequívocas de una inconsciente ceguera, a pesar ese reiterado discurso oficial sobre récords en exportaciones. Y no lo digo yo, lo apunta también el presidente del Círculo de Empresarios al advertir de que esa falta de miras hacia el mercado global y el pequeño tamaño de nuestras empresas son defectos inherentes a esta tierra.

Cierto es que casi todo depende del calidoscopio con el que queramos observar los distintos indicadores. Pero los datos son tozudos. En Castilla y León solo 650 empresas son innovadoras, cuando en el año 2008 superaban las 1.500; y solo el 11,5% cuenta con medidas de innovación tecnológica. No es que seamos los últimos de la fila, ya que ocupamos el puesto número siete en gasto en I+D+i de todas las comunidades autónomas, pero eso tampoco puede ser un consuelo para nadie. Y en relación al tamaño de las empresas, no seré quien respalde una especie de obsesión por este parámetro, pero tampoco debemos ponernos la venda en los ojos cuando el contexto económico y los procesos de internacionalización así lo exigen. También aquí los datos corroboran una realidad. De todas las empresas registradas en la Comunidad, unas 160.000, solo hay 608 empresas medianas (entre 51 y 250 empleados) y 142 grandes (más de 250 trabajadores).

Queda, por tanto, mucho por hacer, a sabiendas de que tenemos, para orgullo de todos nosotros, la mejor de las materias primas: las personas.