Está claro que este relato, en el segundo domingo de cuaresma, apunta a la resurrección de Jesús. El relato lo sugiere al presentar a Jesús transfigurado, deslumbrante.

Jesús, que se ha hecho acompañar por Pedro, Santiago y Juan, aparece junto a Elías y Moisés. Estos dos últimos personajes representaban en el judaísmo de la época el profetismo y la ley (Torá), síntesis del Antiguo Testamento y según la tradición judía deberían aparecer junto al Mesías; esto se confirma en este pasaje y en la persona de Jesús. La Palabra de Dios avala la vida y la predicación de Jesús, el Hijo de Dios, como confirma la voz que viene del cielo.

Los discípulos quieren quedarse allí: "¡Qué bien se está aquí!", dirá Pedro. Ante la manifestación de Dios el hombre experimenta el bienestar, pero el Señor manifiesta que antes de la gloria están el sufrimiento y la cruz.

La escena culmina de forma extraña: "llegó una nube que los cubrió? una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo". El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada. Su Palabra fue engendrando nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.

Un sentimiento de dolor, desaliento e impotencia se va apoderando y nos encoge el corazón. ¿No es posible un mundo más humano? ¿No son posibles la felicidad y la paz? En estas circunstancias la transfiguración puede aparecer como una evasión cobarde de los problemas que nos envuelven.

Jesús, sin embargo, los bajará de nuevo de la montaña al quehacer diario de la vida. Y los discípulos deberán comprender, lo mismo que nosotros, que la apertura al Dios trascendente no puede ser nunca huida del mundo. Quien se abre intensamente a Dios, ama intensamente la tierra. Quien se encuentra con el Dios de Jesucristo, siente con más fuerza la injusticia, el desamparo y la autodestrucción de los hombres.

La experiencia del Tabor nos hace vivir, luchar con esperanza, sin hundirnos en el desaliento a la hora de transformar este mundo. El gozo no es, por el momento, final del trayecto para los discípulos, pero les da fuerzas para seguir el camino de Jesús. Quien no hace nada por cambiar y transformar nuestra realidad no cree en el cielo.