Escribe el filósofo alemán Robert Spaemann que "las euforias son solo estados de embriaguez que se pagan caro". Los motivos para estar eufóricos pueden ser múltiples, aunque pocas veces permanentes: la victoria del equipo de fútbol que endosa al equipo rival 3, 4 o más goles; el embarazo tan deseado que llega después de una larga espera; la recuperación física y la vuelta a la normalidad tras una larga enfermedad; el reconocimiento por haber obtenido el mejor expediente académico en una titulación universitaria; la consecución de un sueño que ronda la cabeza desde hace mucho tiempo; la realización de ese viaje que uno lleva esperando desde hace muchos años; el triunfo en unas elecciones municipales, regionales o nacionales?

La euforia se confunde en ocasiones con ese otro concepto tan extendido, tan deseado y al mismo tiempo tan difícil de definir: la felicidad. Si se está eufórico por la victoria, el reconocimiento o el triunfo obtenidos en tal o cual actividad puede pensarse que se ha conquistado la felicidad. Y, sin embargo, no siempre es así. Lo expresa muy bien Enrique Bonete en la contraportada del libro "Tras la felicidad moral": la felicidad, cuando depende de nosotros, está siempre más cerca que lejos del obrar ético, moral, bondadoso, sensato. Y es que, como han advertido no pocos filósofos, aspirar a ser feliz sin ser moral, íntegro, justo, bueno, virtuoso? es una ficción subjetiva, un complejo haz de emociones pasajeras, un disfrute tan frágil que difícilmente llena el ansia de plenitud que impulsa la aventura de vivir. De ahí que cuanto más escasas sean en una persona las acciones buenas, más se estará alejando del camino hacia la dicha o la felicidad. Y, al contrario, cuanto más busque un sujeto hacer el bien al prójimo, mayores probabilidades contará de gozar de una existencia con sentido.

Conozco a muchas personas que han triunfado en los más diversos campos y actividades de la vida. Incluso sus éxitos personales o profesionales han sido reconocidos por los demás con prácticas y signos muy variados: premios, distinciones, recompensas, medallas, homenajes, singularidades, prerrogativas, dedicatorias, etc. No siempre, sin embargo, el agasajado ha reconocido sentirse una persona feliz. La historia, como saben, esté repleta de individuos que, aun triunfando, han vivido una existencia tormentosa. Y al contrario, en mi camino se han cruzado personas que, sin haber recibido nunca un reconocimiento público por sus acciones, tareas, obras y ocupaciones, han sido o se han sentido felices. Son hombres y mujeres que suelen pasar por la vida sin hacer ruido, que no venden su alma al diablo para alcanzar sus objetivos, que transmiten calma y serenidad, que son transparentes en sus palabras, gestos y ademanes, que no buscan el éxito sin ton ni son, que son francas, sencillas y honestas... Estas personas no suelen vivir momentos eufóricos. Pero son felices. Y yo quiero ser como ellas.