Abrumadores los datos de la corrupción en España y batiendo récords el año pasado. Casi que no hay un día sin su correspondiente escándalo. Y esto es solo lo que se sabe, lo que se va sabiendo. Cierto que de tal clima decididamente delictivo no participan solo los políticos, aunque mayormente, al menos en cuanto a dinero público, del que son gestores, se refiere, sino a toda la sociedad, pero son los representantes de los ciudadanos en las instituciones los que más que nadie tienen la obligación y la exigencia de dar ejemplo con sus conductas. Y ya vemos el ejemplo que dan.

Las cifras no dejan respiro ni lugar a dudas. En 2015, se contabilizaron 1.108 delitos -el triple que hace cinco años- y fueron detenidas 2.442 personas acusadas de fraude, cohecho, prevaricación y una larga lista de actividades contrarias a las leyes. Así que con gran parte de este bagaje a sus espaldas, parece obvio que aunque el PP haya sido el partido más votado, no puede gobernar de ninguna manera. Esa ha sido una acusación reiterada por parte del PSOE, de Podemos, de Ciudadanos y de todos los demás grupos, ahora en arduos tratos para tratar de conseguir una alianza que de un modo u otro permita a Pedro Sánchez salvar la sesión de investidura presidencial prevista para el 2 de marzo, o el día 5 en segunda y definitiva votación, ya que basta en ese caso con lograr la mayoría simple.

La novedad última, aunque las cosas van variando a un ritmo frenético, y más que van a variar a partir de ahora, ya en la recta final, es que los partidos de Sánchez, Iglesias y Rivera, y uno más, pues se añade IU, cuyo líder, Alberto Garzón, ha sido quien ha tenido la iniciativa, conversen y negocien juntos desde ya para tratar de firmar un pacto que, de no lograrse, llevaría a la convocatoria de unas nuevas elecciones generales que se alargarían hasta el final del verano y supondrían entre unas y otras cosas casi un año sin Gobierno, con un Gobierno en funciones. Tampoco es que se note demasiado, por no decir que no se nota nada, siendo realistas, pero parece demasiada tanta interinidad.

O sea, que se van a afinar las posturas, con ánimos de limar asperezas, unir programas que en aspectos como lo social son coincidentes, y dejar listos, en suma, los flecos que pueda haber. Si solo fuera esto, no habría dificultad para una entente de gobernabilidad, pero el asunto se oscurece en cuanto se llega a la línea roja: al referendo secesionista de Cataluña que Podemos se muestra decido a mantener y que supone una condición inaceptable por todos los demás. Sigue pareciendo un escollo insalvable, pero si hubiese forma de salvarlo no habría problema alguno ya, pues otros partidos como PNV y Compromís han anunciado que igualmente votarían a favor. Rajoy, mientras, insiste en un gran pacto con PSOE y Ciudadanos, ofrece vicepresidencias, y reitera que el PP no se abstendrá y votará en contra, por lo que si los de Iglesias sostienen su actitud actual no hay solución posible y todos los acuerdos de que hacen alardes PSOE y Ciudadanos serán como nadar para morir ahogados en la orilla y con las elecciones a la vista.