Pues sí, parece que la cosa va en serio y que el dinero en efectivo se va a acabar y no tardando. No ese dinero invisible que siempre ha estado, está y estará en poder de los mismos, especialmente en los paraísos fiscales, sino el dinero de andar por casa, el visible, el del consumo, ese que lleva siglos existiendo, porque de unos 600 años antes de Cristo datan las primeras monedas, aquellas que sustituyeron al trueque en los mercados y que fueron evolucionando de los metales preciosos a los billetes de papel. Y muchos años después, a las tarjetas de crédito o débito.

Realmente, hace tiempo que ese dinero visible se hizo casi invisible igualmente. Se perciben ingresos y nóminas en las cuentas bancarias y se gasta a través de la tarjeta de plástico. En la cartera, por si acaso, siempre se lleva algún billete, y en los bolsillos pequeños algunas monedas, para el aparcamiento, o para el café de media mañana y poco más, reminiscencia de otros tiempos, desde la perra chica y la perra gorda al comunitario euro pasando por la peseta rubia del franquismo. Claro que tampoco todos ni en todos los sitios, pues en el tercer mundo, donde tan poco hay para la gran mayoría, el dinero sigue siendo imprescindible como moneda de cambio, y en todos los países, incluso en los del primer mundo, los jóvenes usan menos la tarjeta y tiran de lo que tienen.

El caso es que aunque se lleva tiempo intentándolo, la tarjeta parece que no va a ser la solución final, por los inconvenientes apuntados y otros más, para tratar de erradicar el dinero contante y sonante, el dinero en efectivo, y sustituirlo por el pago electrónico hasta en las transacciones menores, de céntimos. Ya se está utilizando el teléfono móvil como herramienta de pago, y en Estados Unidos es corriente su uso, que en España empieza a extenderse desde algunos establecimientos del sector hostelero. Pero resulta que el teléfono reúne a la postre los mismos inconvenientes de disponibilidad que la tarjeta.

De modo que como, a lo que parece, los grandes trusts bancarios y los señores de las finanzas están decididos a acabar con el "cash" antes de la cercana década de los veinte, están barajándose otras soluciones, como son la huella personal como fórmula de pago, o más sofisticado aún, el iris del ojo. Hay que contar con ello. En los países nórdicos ya solo se puede pagar con tarjeta y en España hay que recordar que cualquier abono de más de 2.500 euros solo puede realizarse por medios electrónicos, no en efectivo. El Banco Central Europeo tiene en estudio la supresión de los famosos billetes de 500 euros, que casi nadie conoce, pero que son los que llenan los maletines que circulan por ciertos ámbitos. Lo que se pretende con estas medidas forma parte, según se explica, de la lucha contra la corrupción, el blanqueo de dinero y el narcotráfico. Con lo cual, si es para bien, pues vale. Cabe esperar, sin embargo, que algunas monedas sigan circulando siempre aunque solo sea para que los niños puedan comprar sus chuches. ¿O también habrán de pagar con la huella dactilar? Todos fichados.