Ningún otro acontecimiento en la capital zamorana supera en relevancia a su Semana Santa. Su trascendencia como fenómeno que enlaza lo sociológico con lo espiritual y lo cultural constituye un motor de gran magnitud, capaz de atraer a cientos de miles de visitantes cada año que generan buena parte del Producto Interior Bruto provincial. Su distinción de Bien de Interés Cultural (BIC) está más que justificada, al igual que su candidatura a Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Zamora está a la altura de otras Semanas Santas más afamadas y mimadas por los responsables de hermandades e instituciones que no regatean es esfuerzos porque son conscientes de que forman parte de eso que se llama "Marca España" en lo relacionado con el turismo de calidad.

Esta Cuaresma arranca con el debate sobre la mesa del futuro del Museo de Semana Santa ante la evidencia de que el actual, fruto sobre todo de la generosidad de la Cámara de Comercio hace más de medio siglo, ha cumplido su función. Las cofradías han dado los primeros pasos y ese debate al que aludíamos líneas arriba ha estado centrado, hasta ahora, más en su ubicación que en el concepto mismo de Museo. Si damos validez al dicho de que la Semana Santa es de los zamoranos, resulta justo escuchar las voces más allá de la junta de cofradías cuya labor debe ser ensalzada, toda vez que nadie más ha querido o sabido llevar el testigo hasta el punto en el que se encuentra ahora. Pero ahora se añaden los que piden ir un paso más allá de lo planteado inicialmente.

Esta puede ser la última oportunidad de contar con un centro actualizado que, como exponen algunos expertos consultados esta semana por "LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA", trascienda el mero almacén de imágenes y grupos escultóricos. Un Museo que responda no solo al nuevo concepto con el que hoy se construye este tipo de infraestructuras, sino que simbolice con su diseño, la grandeza que la Semana Santa representa para Zamora y como proyección de la propia ciudad hacia el mundo.

Quien encuentre dicho planteamiento megalómano e impropio de tiempos de crisis solo tiene que echar un vistazo a infraestructuras que pueblan, sobre todo, el casco antiguo de la ciudad sin que ninguna de ellas haya repercutido, hasta ahora, lo más mínimo en la revitalización de la zona histórica. La rehabilitación del Teatro Ramos Carrión, en el que las administraciones central y provincial han invertido 20 millones de euros aún no funciona a pleno rendimiento, años después de ser concebido. Otros diez millones se fueron a monumentos al vacío como el espléndido edificio del Consejo Consultivo que aloja a un puñado de funcionarios y que dejó en agua de borrajas aquel tráfico de personas que se prometió cuando se anunció la ubicación de una institución, además, muy cuestionada en cuanto a su permanencia.

El suma y sigue incluye los cinco millones a cambio de nada en la polémica y frustrada compra del edificio municipal más otros tres en abrir y cerrar una fosa en el Teatro de la Laboral por parte de la Junta de Castilla y León, por citar los ejemplos más escabrosos que han salido del bolsillo de los contribuyentes sin contraprestación a cambio. No es el caso de un acontecimiento anual capaz de multiplicar por cinco los habitantes de la ciudad y que estimula el consumo del alicaído comercio zamorano.

Si aquellos tiempos del dispendio a costa del erario público pasaron merecidamente a la historia y siempre anteponiendo la racionalidad en el gasto, que no racanería, no es menos cierto que hablar de un nuevo Museo de Semana Santa debiera ser excusa para que toda la sociedad sin cuya participación sería imposible poner en marcha, año tras año, una tradición secular, respalde de forma unánime un proyecto audaz y definitivo, capaz de convertirse en punto de referencia y de revitalización para el entorno donde se ubique. Una sociedad con sus responsables institucionales a la cabeza que sean capaces de abanderar un proyecto a la altura de lo que la Semana Santa ha dado hasta ahora a Zamora y a Castilla y León, por extensión, que es mucho.

Existen ejemplos sobrados de ese efecto del que hablamos, aunque a escala mayor, como lo que representó para Bilbao ser elegido para levantar el Guggenheim. Fue el principio de toda una revolución urbanística que marcó un antes y un después en una ciudad que buscaba un nuevo rumbo hacia el futuro.

En Zamora existen lugares donde se plantea ubicar el Museo de Semana Santa como el antiguo convento de las Concepcionistas o el más rompedor, en las cercanías de los Barrios Bajos, que pueden ser un buen punto de partida en este sentido, porque hay decenas de rincones necesitados de un primer impulso que anime otras acciones encaminadas a reparar la degradación a la que se ven sometidos por el abandono y la ruina. Demasiados candidatos como para centrar el debate exclusivamente en la ubicación. Urge un acuerdo sobre qué tipo de Museo queremos, cuál debe ser su función y no rendirse ante obvias dificultades financieras que exigirán también soluciones imaginativas que no excluyen el mecenazgo, una figura que dio origen a la actual infraestructura en la plaza de Santa María la Nueva. Sin alardes gratuitos, pero sin complejos, Zamora debe reivindicar un auténtico Museo y no un mero almacén de pasos. Es hora de dar la talla.