Voy contra mi interés al confesarlo, es el primer verso de la Rima XXVI de Gustavo Adolfo Bécquer. Mas en prosa, las palabras con las que empezar esta columna si fuera a escribir "en crudo" lo que me sugiere la pseudorreunión del viernes entre el aún presidente del Gobierno de España y el máximo aspirante a sucederlo. O de la foto que inmortalizó el (des)encuentro. Metáforas del callejón sin salida al que cada ciertos años, en cumplimiento de una rueda diabólica, parece estar condenada nuestra nación.

Bécquer, como Larra y el resto de nuestros románticos precedieron a los noventayochistas y a otros que vinieron después, en el pesimista análisis sobre nuestra capacidad para buscar las salidas adecuadas de determinadas encrucijadas históricas y que a lo largo de los siglos configuró ese abrupto sentimiento trágico de la vida cuya aura ha rodeado a nuestros más significados intelectuales.

El pueblo español, de mejor o peor manera, con más rapidez o retardo, ha sabido caer y reponerse en un rosario de ocasiones a las adversidades de la historia y a la melifluidad de muchos de sus reyes y gobernantes. El español como pueblo antiguo que es, mide su tiempo en eras, mientras que sus dirigentes menos dignos vienen y se van en menos de lo que se tarda en escuchar una de esas ya famosas ondas gravitacionales de esta semana de la no-reunión y de la perfectamente evitable foto.

Quien ostenta la dignidad de presidir una nación de cuarenta y cinco millones de habitantes y quien aspira a presidirla no pueden llevar dos meses convirtiendo un simple hacer el memo en su táctica de enfrentamiento político, escudándose en pueriles argumentos para no hablar y negociar o negándose saludo y cordialidad.

Olimpo y torre de marfil son dos buenos pedestales para escudriñar la verdadera naturaleza humana. Allí se ve a unos crecer y alcanzar dimensión universal e intemporal; a otros menguar y retorcerse hasta ser polvo que se lleva el viento. El poder termina exponiendo el alma verdadera de quien lo ostenta. El ejercicio del poder y el juez que es el tiempo discrimina a los estadistas de los corifeos de ópera bufa.

Eso fue lo del viernes, una bufonada que ni España, ni los españoles merecemos. Merecemos políticos a los que les hierva la sangre por los problemas de los ciudadanos. Por el paro, por los jóvenes sin esperanzas, por la manipulación de las instituciones, por la ausencia del respeto a la Constitución y nuestro marco de pacífica convivencia, por las miles de situaciones injustas, por la corrupción y el abuso. No merecemos políticos que solo se enfadan cuando uno llame al otro indecente y el otro al uno ruin.

No son dos nombres y cuatro apellidos, tampoco unas siglas. Son un presidente y un candidato a presidir una nación. La nuestra. Voy contra mi interés al confesarlo? o quizás no.

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