Para repartir prebendas no les hace falta consultar a las bases y mucho menos hacer un referéndum interno a esos efectos. Porque, en su momento, los dirigentes reparten a su gusto los puestos, preparan las listas de los candidatos a las elecciones y nombran los cargos políticos en administraciones y empresas públicas según les parece oportuno. Pero llegado el momento en el que las circunstancias exigen tener que tomar decisiones conflictivas, de esas que o se ganan por goleada o se va todo al carajo, lo cómodo es pasarles el marrón a los militantes. No parece algo muy loable, porque quienes se autoeligieron en su día para dirigir, se supone que estarán autorizados, y también capacitados, para tomar decisiones. Pero claro, si se consigue involucrar a terceros y la cosa sale mal "siempre les quedará París", como a los Ilsa y Rick de "Casablanca". Lo curioso del caso es que, "a más a más" quienes así actúan tratan de presentar tal gesto como una muestra de democracia interna. Como si la gente se acabara de bajar del guindo; como si no percibiera que se trata de una incoherencia, porque si la cúpula, que se supone dispone de información privilegiada, no se siente segura de sacar adelante determinada propuesta ¿cómo pretenden que puedan hacerlo aquellos que solo conocen lo que aparece publicado en los periódicos?

Otra incoherencia, no de menor grado, es la de aquel partido al que se le acumulan los casos de corrupción, y se ven obligados a cerrar determinados tenderetes porque ya no les queda un solo cargo libre de sospecha. Pues bien, ese partido se permite responsabilizar a los demás de la imposibilidad de no haber podido formar gobierno, cuando, que se sepa, no ha movido un solo dedo para intentarlo. Ese mismo partido, en un alarde de cinismo, sin verecundia alguna, apela al patriotismo de los demás para que puedan seguir gobernando ellos, y también a decir que el resto ningunea a los siete millones de españoles que les han concedido su voto, pero olvidándose de los dieciocho millones que no lo han hecho.

Por no faltar incoherencias ahí está también la de ese otro partido, formado por gente nueva, que propugna un nuevo estilo de hacer política, pero que antes de haber entrado a discutir los programas de gobierno han preferido anteponer el reparto de prebendas en forma de altos cargos. Se trata, también, de un partido cuyo eslogan de que "cinco millones" de personas les han votado, está haciendo que se olviden de los veinte millones que no lo han hecho. Nada nuevo bajo el sol.

Mientras tanto, otro partido de nuevo cuño, que ha quedado descolgado de los primeros puestos, en el ranking de escaños del Congreso, parece ser el único que deja entrever algún rayo de coherencia y sentido común a la hora de hacer algo positivo en post de la gobernabilidad; aunque bien es cierto que le cuesta menos que a los otros, precisamente por ese descuelgue de votos que les han proporcionado las urnas.

Y en ese maremágnum, en el que las técnicas, las tácticas y las estrategias priman sobre cualquier otra consideración, cada partido parece pensar solo en sí mismo, ignorando a los millones de personas que no los han votado. A esos millones que les gustaría decirles aquellas palabras de Mario Benedetti "Ahora lo sé. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras. Ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera". A esos que están viendo cómo se va alejando cualquier síntoma de gobernabilidad, porque determinados actores abandonan el escenario haciendo mutis por el foro.

Mientras tanto, entre dimes y diretes, y quítate tú para ponerme yo, retornan los más "gloriosos" lavados de coco de la época franquista, aquellos viejos recursos de disuasión, aquella producción de cortinas de humo para distraer la atención de la gente, como esa de poner de nuevo en escena al inmejorable actor Francisco Gómez Iglesias, más conocido como "el pequeño Nicolás", narrando sus aventuras, mitad cotilleo, mitad espías, de la casposa época del "Landismo".