Cuando se ha hablado de enfermedades siempre se consideraban unas más peligrosas que otras y algunas se tenían por "mortales de necesidad". Una de estas es el cáncer. Por esa razón la Oncología ha sido una de las ciencias médicas que han contado con mayor número de especialistas y un esmero mayor en el estudio. Y ahora, aunque muchos no somos capaces de desterrar la creencia de que el cáncer, con todas las ventajas adquiridas, sigue siendo, a la corta o a larga, una enfermedad que termina en la muerte segura, existe una marcada tendencia a desterrar el temor. Este empeño en fomentar la confianza se cultiva por parte de especialistas oncólogos y por parte de multitud de personas que han padecido la terrible enfermedad y han llegado a superarla. La prensa se ha hecho eco de tal intento y nos presenta hasta alguna especie de "tratadillo" sobre el particular.

Dada nuestra tendencia a fomentar la esperanza en nuestra vida, hasta los más reacios vamos comenzando a convencernos de la veracidad de los testimonios aportados a favor de una victoria bastante frecuente sobre el cáncer. Nos alienta la afirmación de que hoy día se curan un 60% de los enfermos de cáncer, aceptando que, en algunos casos y refiriéndonos a ciertos tipos de cáncer, llega a un 70% esta cifra esperanzadora. Queda ese 30%, más o menos, de casos en los que la curación no se consigue; pero ya son cifras que invitan al optimismo. Y van arraigando convicciones que eliminan bases fundamentales de la antigua creencia. Una de estas convicciones se refiere al origen de la enfermedad. Siempre se ha preguntado, cuando alguien se ha quejado de síntomas que llevan a sospechar esta dolencia, por antecedentes familiares; porque estábamos convencidos de que el cáncer era totalmente hereditario. Hoy, sin embargo, se sabe que solo un 10% de los casos se deben a la genética y el 90% restante tiene por causa el ambiente, la forma de vida, costumbres perniciosas. Solo este dato es suficiente para alejar de las convicciones la creencia de que el cáncer es invencible. En la anterior creencia se estimaba que, si un individuo tenía cáncer, indefectiblemente moriría, como habían muerto sus ancestros que padecieron tal enfermedad. Ahora, esa estimación queda reducida a un 10% de los casos, ya que el otro 90 no está "cargado" genéticamente. Debe su existencia a circunstancias que pueden estar sometidas a nuestra voluntad.

Entrando en la parte positiva, han llegado a nuestro conocimiento dos factores muy importantes: el primero es la prontitud en detectar la enfermedad y la importancia de que el enfermo esté informado de ella sin falsos reparos; por otra parte la decisiva influencia que en la curación tiene la disposición del enfermo: ganas de vivir y aportación de medios que están en su poder. Se cree hoy que no es tan importante el efecto de las medicinas como el ánimo de superación del paciente.

Esta disposición actual aconseja las revisiones preventivas. Antes, la persona que tenía síntomas "raros" se retraía de investigar, por el gran miedo que inspiraba el cáncer. Ahora, al haber adquirido cierta confianza, no se teme tanto al cáncer; y estamos más dispuestos a observar si es el cáncer la causa de los síntomas sospechosos. Estas revisiones verán realizada la detección previsible y con ella la posibilidad de un tratamiento precoz. Precisamente el tratamiento precoz es elemento fundamental y necesario para la curación.

La aportación de conocimientos fomenta la actitud del enfermo de lucha por la vida. Y esa actitud, según se nos ha dicho, influye más que las mismas medicinas en la curación. La animosidad del enfermo, que pone de su parte todo lo que signifique aceptar la aportación del especialista, con medicina y con medios importantes, como son la radiación y la quimioterapia, y el ánimo personal de confianza y esfuerzo en pro de la curación conseguirán que la terrible enfermedad sea vista como el enemigo que yace derrotado en la valiosa lucha. Gracias hemos de dar al empeño de especialistas y antiguos enfermos por este cambio de mentalidad con relación al otrora enemigo imbatible y, por tanto, invencible que era el cáncer.