La fe bíblica es interpersonal. Un Dios-Tú convoca, llama e interpela a un hombre, a un orante, a un creyente. No es el hombre quien busca en el fondo del corazón una respuesta, ni en la observación de la naturaleza pide un sentido a su existencia. Es el Dios bíblico quien llama en la historia a un ser humano, pequeño y débil (un pecador como tú o como yo), pero que se fía de Él. Al mismo tiempo, Dios encomienda a la persona una misión que conlleva una consagración para poder llevar adelante el encargo. Estos son los rasgos esenciales de la vocación cristiana tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Muchos no se han enterado de esto. Porque la fe cristiana no es resultado de una decisión ética o el cumplimiento de unas costumbres, sino el encuentro con alguien que te sacude de tus letargos y te capacita como muralla de bronce, plaza fuerte, columna de hierro (lo oíamos el pasado domingo).

Hoy la primera lectura insiste en esta dimensión ante las quejas y la pobreza del profeta Isaías que se ve incapaz de anunciar la Palabra de Dios ante los reyes y poderosos. ¿Nos atrevemos nosotros?

San Pablo describe su propia vocación diciendo: "por último se me apareció también a mí", sintiéndose indigno de esta llamada pero con la seguridad de que la gracia de Dios es más fuerte que la propia pobreza. Fíjate en que el Apóstol reconoce su debilidad porque fue perseguidor de los cristianos; por lo tanto su obra no depende de Él sino de la gracia de Dios en él. Esto no cabe en nuestros esquemas humanos porque tenemos la tentación permanente de creernos el centro y autosuficientes.

De la misma manera el evangelista Lucas presenta la vocación de los primeros discípulos: Jesús sube a la barca de Pedro, desde allí enseña a la gente, y le invita a pescar de nuevo. Jesús, que es campesino, se atreve a pedir, frente a toda lógica, que eche a plena luz del día las redes, mientras que Pedro se atreve a objetar lo evidente. De ahí que se insista: "por tu palabra echaré las redes". Es decir, no sirve refugiarse en lo habitual para no abrir caminos nuevos, sino que el corazón humano está hecho para la novedad y la confianza. Sorprende también que ante la respuesta de Pedro ("apártate de mí, que soy un indigno"), Jesús le responde confiándole una misión: "desde ahora serás pescador de hombres".

No hay duda de que Dios se sirve de personas que dudan, que se saben débiles, pero que a la vez se dejan tocar por el misterio de Jesús. Siéntete interpelado y descubre que quiere el Señor de ti.