Hacía treinta años que don Alfonso reinaba en territorios de Asturias, León y Castilla, ocupado en fomentar los pueblos de sus territorios y aumentar sus dominios. Había dejado en Zamora a su hijo primogénito don García, casado con Munia, cuando el rey se enteró de que su propio hijo tramaba una conspiración con objeto de arrebatarle el trono. Se presentó repentinamente en Zamora, sorprendiendo a los conjurados e hizo preso a su hijo don García en el castillo de Gauzón, en Asturias. Parecía que con esto había quedado frustrado el plan de los ambiciosos, pero la reina madre, doña Jimena, y sus hijos, junto con algunos otros principales del reino se pusieron a favor de don García llegando a que don Alfonso tuviera que abdicar.

Las causas de tal rebelión contra un rey digno de la mayor consideración y respeto por sus grandiosas empresas, han quedado envueltas en el más profundo misterio. Parece ser que la reina Jimena, promotora del movimiento, no amaba a su marido; también se dice que los pechos y tributos con que cargaba a los súbditos para poder costear las expediciones y la repoblación de las tierras conquistadas, traían muy disgustado al pueblo, lo que hace pensar en la ingratitud de todos hacia un soberano que los había sacado de los estrechos límites de riscos y breñas en que vivían.

En consecuencia, Alfonso el Magno, antes que apelar a la guerra en defensa de sus derechos, convocó a los grandes del reino y renunció a la corona a favor de sus hijos. Los tres mayores se repartieron los territorios, demostrando que la ambición era el móvil de sus acciones: García se estableció en León, Ordoño tomó Galicia, con la parte de Lusitania que poseían los cristianos; Fruela se quedó con Oviedo como rey de Asturias, con los dos hermanos menores Gonzalo y Ramiro, que se autodenominaron también con título Real. Don Alfonso no reservó para sí más que la ciudad de Zamora, encerrándose en sus muros después de la abdicación en el 909. "Y no fue menos grandeza la suya, dice Sampiro, vencerse a sí mismo y obedecer a la necesidad con prudencia y sufrimiento, y deshacerse de su gana, antes que con indignas afrentas fuese deshecho, que haber vencido en tantos años tan poderosamente sus enemigos".

Poco después marchó don Alfonso en peregrinación a Compostela y a su paso por Astorga encontró a su hijo don García, al que pidió autorización para pelear una vez más contra los enemigos de Cristo.

Se internó por tierras de Toledo, con el ardor de sus mejores años; taló campos, incendió poblaciones, volviendo cargado de botines a Zamora, donde enfermó y acabó su vida el 19 de diciembre de 810 a los cincuenta y ocho años de edad. El ambicioso don García le sobrevivió poco tiempo, muriendo también en Zamora a principios del año 914.