Coincido en el Cuartel Arroquia y en la despedida del General Godoy Malvar, por cierto, un acto castrense magnífico, extraordinario, yo diría que perfecto y al que acudimos muchos zamoranos, coincido, decía, con el siempre entrañable capitán de Caballería Juan José Aliste, del que guardo un gran recuerdo desde hace muchos años, cuando visitara por vez primera el foro del periódico que me honro en coordinar, pocos años después de aquel salvaje atentado de ETA en el que el capitán Aliste, un buen hombre donde los haya, perdió las dos piernas por la explosión de una bomba adosada a los bajos de su coche. Artefacto que estalló dos minutos después de que dejara en el colegio a su hija Leticia y a dos amigas de la niña.

Lo animé a volver a Zamora, a prestarnos su palabra y su simpatía que es mucha. Creyendo que sería para hablar del suceso o de la banda terrorista vasca, casi declina hacerlo en una nueva ocasión. Cuando le dije que para hablar de un tema amable, el que quisiera, no puso objeción alguna. Me impresiona comprobar lo bien que el capitán Aliste, después de tantos años, lleva aquel suceso que nos conmocionó a todos y que a él le postró para siempre en la silla de ruedas que le transporta de acá para allá. Me encanta su nobleza y la forma que tiene de pasar página.

Ante lo que el escenario actual nos pone en bandeja día a día, no se puede pasar página tan fácilmente. Puede que sí en lo personal, pero nunca en lo colectivo. Sobre todo al enterarnos de que hay voces que piden la vuelta de ETA porque creen que con ello se excarcelará a los presos etarras que purgan penas en distintos establecimientos penitenciarios. Porque hay gente, la categoría de persona les viene grande, que humilla a las víctimas de ETA.

Porque Podemos, que ha emergido anunciando una regeneración que en la teoría no vemos, como nunca la veremos en la práctica, en pleno proceso de contactos no oficiales para la formación del nuevo Gobierno, permite a sus miembros asistir a la clausura de un acto organizado por el entramado de la izquierda abertzale, avalando con su presencia la política de Sortu para excarcelar a los presos de ETA. Los mismos que activaban bombas asesinas con temporizador o apretaban el gatillo de las nueve milímetros, con tiro de gracia incluido para que la víctima no se les fuera viva. Y como esta gente está encantada de conocerse, les ríen las gracias a los amigos de los asesinos y se suman así a la larga lista de homenajes que cada poco se les dedican, fundamentalmente en el País Vasco.

Los españoles no podemos permitirnos tener una memoria flaca al respecto. Precisamente por personas extraordinarias como el Capitán Aliste, Irene Villa, Goyo Ordoñez, Miguel Ángel Blanco, Alberto Jiménez-Becerril, su mujer Ascensión García Ortiz, Isaías Carrasco, Enrique Casas, Fernando Múgica, Ernest Lluch y los cientos de policías nacionales, guardias civiles y militares muertos a manos de la banda etarra.