Presiento y no soy un visionario, sino más bien un ideador, pensador, algo filósofo y observador que las nuevas comunidades vecinales, rurales, parroquiales tienen que encontrar un nuevo modo de practicar y convivir que permita sentirse y estar muy a gusto en el medio rural y ese nuevo modo existencial de vivir la ruralidad contagie a otros para no marchar, para volver si alguna vez lo hicieron o para buscar ese nuevo hábitat. Visitando hace poco Roelos, rural por excelencia como tantos otros cientos núcleos de Zamora con un intelectual de prestigio como es el catedrático de matemáticas Eduardo Ramos, me decía, aquí tengo la sensación de que me encuentro más seguro y más caliente en el sentido de estar, más en familia, más sereno. Esos son conceptos que pueden dar mucho juego. Pienso que los pueblos deben encontrar las figuras por encima de las estructuras legales y superando estas de las relaciones públicas o relaciones humanas que ayuden a crear ese clima. Se debe superar el concepto de pertenencia por empadronamiento para constituir comunidades de afecto, cercanía, nueva humanidad, hombres nuevos. Y en esa tarea estamos todos implicados.

Me sorprende que cuando se habla y escribe de recuperación del mundo rural se contemple prioritariamente el elemento material: casas, campos, industrias, nueva emigración. Todo esto es a mi entender el sustrato, pero simultáneamente o de forma independiente, como premisa para que llegue la nueva población, los nuevos cultivos, las nuevas casas y otras cosas más es menester mejorar lo que tenemos. Antes de perderlo definitivamente. Me preocupa que a veces no pocos dirigentes solo ven votos, es decir gente empadronada, antes que personas que llegan para conocer y disfrutar lo existente. Me sorprende gratamente como emigrados de tiempos inmemorables a países de América buscan con interés y nostalgia sus orígenes en nuestras zonas y cuando llegan se merece una atención exquisita de las autoridades aún cuando ya no tengan parientes. Pueden ser declarados visitantes de honor. Tal vez se generaría así un turismo rural transoceánico a nuestros casi abandonados pueblos. Y otros que en los 50 se fueron a otras partes de España y que estamos a punto de perder para siempre, pues ellos mueren y sus hijos están desvinculados, se les podría mantener informados de lo que acontece , siendo invitados a visitar los lugares y recibiendo atenciones. Da pena a veces ver deambular sin rumbo a gentes que llegan después de muchos esfuerzos a los pueblos, preguntan y o no obtienen respuestas o se les despide pronto ante el temor de que se los tenga que invitar. Los pueblos, el mundo rural debe y puede con pocos medios atender a los que fueron suyos y vuelven a respirar sus raíces. Y entiendo que por pequeño que sea el municipio debería de tener a alguien encargado de estas relaciones públicas y dinero para esos gastos de humanidad y contar con las direcciones postales y electrónicas de todos ellos. También los curas tienen su papel en este noble intento. Hay que valorar e integrar lo que los mal llamados visitantes que nacieron y se criaron en el pueblo pueden aportar a las celebraciones y a la comunidad cristiana vida a todos hay que comprometer en la tarea de hacer pueblos nuevos de hombres nuevos. Jóvenes y mayores deben romper ciertas barreras para acercarse unos a otros y aprender todos de todos. Y será preciso establecer ejercicios, reuniones, encuentros para que todos nos conozcamos por nuestro nombre sepamos y nos interesemos unos de otros. Tiene que llegar el tiempo de la añoranza, volver y volver con frecuencia para encontrarse, eso, más seguros y en clima de nueva fraternidad. Y eso puede hacer de tirón para que surjan nuevas ideas y proyectos. Que todos podamos aportar iniciativas viables a los que son permanentes y darles oxígeno y esperanza en su estar como vigías para que esos valores se acentúen. Y también los ayuntamientos deben hacer esfuerzos por explicar las ventajas de todo tipo y no solo pecuniarias que pueden tener, instituciones y personas, cuando se empadronan en el pueblo. Recientemente constato cómo no pocos pueblos buscan que se escriba su historia, porque la tienen. Sobra gente en cada pueblo para que eso se haga realidad. Sobra también cicatería en instituciones como la Diputación que ofrezca 150 euros por una obra que costó 11.000, sabiendo que los autores no cobraron nada. Pero no todo va recaer en la Diputación. Las arcas municipales deben reconocer que tales obras pueden ser tan importantes como la mejora de un camino. Y los mismos de los pueblos aceptar que gastarse en la adquisición de unos ejemplares para regalar y hacer pueblo no es un dispendio.