Que el rey recibía el martes a Rajoy y a Pedro Sánchez, cerrando la segunda ronda de entrevistas con los líderes políticos de cara a la investidura presidencial, era cosa sabida pues entraba dentro del calendario poselectoral para la formación de nuevo Gobierno de la nación. Y también se sabía que Rajoy no iba a aceptar ni podía recibir tal encargo real por cuanto ahora, lo mismo que hace una semana, el PP carece de apoyos suficientes. O sea, que el candidato socialista, Sánchez, iba a ser el elegido por Felipe VI para darle la oportunidad de gobernar y poner en marcha el país. Ninguna sorpresa al respecto.

Sí fue sorprendente, sin embargo, la comparecencia en rueda de prensa, televisada en directo, de un Rajoy con aspecto de político ya totalmente amortizado para explicar las razones que habían originado la situación de la que responsabiliza por entero al PSOE, que ni quiere formar una triple alianza con PP y Ciudadanos ni se presta a una abstención que dejase el poder de nuevo en las manos de Rajoy. Siguieron las habituales loas a la estabilidad, a la supuesta creación de empleo -cuando se acababa de conocer el alza del paro en enero- a la recuperación económica, al miedo a lo desconocido y demás mantras habituales en el fracasado discurso del PP, con la única base cierta de ser el más votado. Pero ni una sola alusión al hedor de corrupción que desprende su partido -cuando acababa de conocerse la imputación a los ediles populares en Valencia-, y solo una serie de tópicos deshilvanados respondiendo a los periodistas sobre el tema.

Y que no renuncia, dijo, pese a que ha renunciado dos veces a la investidura. Espera el fracaso del líder socialista en su intento de formar Gobierno, a ver qué pasa, confiando en unas nuevas elecciones que ya solo el PP desea como mal menor, aunque los resultados serían prácticamente los mismos, pues la losa de la corrupción no hay votos que la levanten. Un tanto patético todo ello, sobre todo cuando Rajoy afirmó rotundamente que de ningún modo apoyaría un pacto de Sánchez con Ciudadanos. O sea, que anda llorando por los rincones para que el PSOE le ayude a seguir siendo presidente pero él no ayudaría a nadie. E igual de rotundo se mostró al negar que si hay que repetir los comicios pueda ser otro el candidato del PP.

Es difícil que el PSOE desaproveche esta oportunidad de volver a gobernar España ya por tercera vez. Aunque, por supuesto, la decisión no está solo en sus manos, sino en la de los demás. Con los socialistas sometidos a intensas presiones de quienes a su vez son presionados por el más alto poder: el del dinero, habrá que calibrar si son más las cosas que unen a la izquierda o las cosas que la separan. La alianza con Podemos, muy decidido Iglesias a que así sea, resulta la única forma viable y segura de que Sánchez sea presidente, pero por medio está el asunto del secesionismo catalán en el que el PSOE no cederá, terrible escollo que se buscará soslayar. Y es que un acuerdo con Ciudadanos no prosperaría por los votos en contra de PP y Podemos, ya anunciados. Queda abierto, pues, un periodo de intensas y profundas negociaciones que a finales de mes aproximadamente se resolverá o con un Gobierno de cambio o con nuevas elecciones.