Mientras el padre, situado a su espalda, empuja al niño que esta subido en el columpio, la madre, colocada frente a él, en el lado opuesto, hace como que no llega a alcanzarlo. Y el niño ríe y se divierte, porque su candor e inocencia le hacen creerse protagonista de esa divertida aventura de ir y venir, de volar por el aire como por arte de magia. A veces, la madre se acerca lo suficiente hasta llegar a tocarlo, pero en el momento en el que el columpio se aproxima al final de su carrera, regresa rápidamente a la posición opuesta, fruto de ese no llegar a ninguna parte, de alejarse en función del impulso hasta alcanzar el punto de mayor elongación que le permite la longitud de las cuerdas de las que pende el asiento. Y así una y otra vez, porque quien empuja lo hace con la suficiente fuerza como para que el que está al otro lado no tenga que hacer nada, solo mirar al pequeño y amagar con querer tocarlo, si acaso rozarlo con la punta de los dedos, pero sin intención de detenerlo, y menos aún de hacerlo bajar, en ese momento en que el pequeño se está divirtiendo.

Claro que cuando es un adulto quien se sube a ese artificio la cosa resulta diferente, porque es él mismo quien tiene que aplicar la fuerza necesaria para que el columpio pueda balancearse, ya que para él se acabó hace tiempo aquella época en la que otros le mecían con exquisito cuidado haciéndole creer el rey del mambo.

En esa situación se encuentran ahora los partidos políticos, en que deben ser ellos mismos quienes deben hacer que funcione el columpio de la gobernabilidad y dar respuesta a aquello que les ha sido encargado por los ciudadanos: a dar el impulso necesario que necesita el país. Porque ahora no van a venir papá ni mamá a ayudarles, porque han pasado aquellos tiempos en los que solo existían tres grupos, uno vestido de azul, otro de rojo y otro más pequeño tocando la pandereta.

Pero lo cierto es que, de momento, el columpio no ha empezado a moverse, porque uno se ha bajado un ratito -solo un ratito- para descansar y tomar aire, otro dice que no quiere subirse, porque es partidario de que se respete la vez y el resto se impacienta por querer empezar a participar de las sensaciones que afloran cuando se es protagonista del balanceo del poder que a veces marea y otras hace emborracharse de protagonismo entre euros y egos.

En tanto esto sucede, fuera, en la estepa desabrida y fría que ocupan los votantes, y los ciudadanos en general, se observa como ese triste espectáculo va haciendo que el desánimo vaya haciéndose con ellos. Y no sin estupor vayan tomando nota de la falta de rigor y de la ausencia de responsabilidad en aquellos que han tenido el honor de haber sido elegidos protagonistas del apasionante juego del columpio que mueve la gobernabilidad el Estado. Y ven con incredulidad e indignación como determinado grupo dice que no se junta con el otro porque dice que es un corrupto, y el otro alega que nadie quiere juntarse con él porque le han cogido manía, y un tercero saca el tirachinas y le da una pedrada en plenas partes pudendas a uno de ellos metiéndole el miedo en el cuerpo al resto, y un cuarto espera a ver como se despellejan los mas gallitos para poder aprovecharse de ello. Y los ciudadanos, estupefactos, no paran de rezar lo primero que se les viene a la cabeza, aunque la plegaria no les venga del alma, sino de las vísceras, porque están viendo que a este paso no va a ser posible que el columpio del Estado llegue a balancearse.