Entre los libros que leo estos días, disfruto especialmente de "Pueblos fantasmas de Zamora". Bueno, disfrutar no es quizá el verbo más adecuado. En realidad se lee con tristeza, con una melancolía irremediable y sobre todo con la sensación de que el autor, Jairo Prieto, un joven sanabrés de excelente escritura, va a tener material sobrado para hacer una segunda parte, y una tercera, y no sé cuántas más. El libro, recientemente editado por Semuret, con apoyo económico de la Diputación, lleva un subtítulo descriptivo: "Mapas y rutas por pueblos abandonados de la provincia". Propone el autor ir de excursión por la provincia, en busca de los pueblos que echaron la llave por abandono, o porque los sepultó un embalse, o porque diversas circunstancias fueron acabando con ellos. Y le salen un buen puñado. Cualquier lugar abandonado que un día tuvo vida nos provoca tristeza: alguien fue allí feliz y soñaba y hacía frente a los contratiempos. Ese alguien desapareció y el lugar perdió su sentido, significado y esencia. La ruinas implican desolación, soledad, constatación del vacío.

Y en ese primer inventario de una Zamora que ya no existe, Jairo nos va dejando memoria de un montón de vacíos por la provincia. La melancolía al leerlo, claro, no es tanto por los lugares que ya no son, como por la amenaza cierta de que la provincia al completo parece encaminarse a ese destino. ¿Cuántos de los pueblos aún habitados dejarán de estarlo en un par de décadas? Mejor no contarlos. Son demasiados los que no tienen a estas alturas más que jubilados y quizá algún "mozo" o "moza" de cincuenta y tantos años: los jóvenes del lugar. Pero es que la amenaza de la desertización humana, de la despoblación, llega a todos los núcleos habitados. También se nos encogen Benavente, Toro y la misma Zamora. La depresión demográfica es general y la percepción de que nos extinguimos, como colectivo, no es una simple ilusión. Los datos son los que son y año tras año certifican lo mismo: esta provincia agoniza. Como lo hacen las vecinas León y Salamanca. Como lo hace Castilla y León en general, aunque no con la intensidad brutal de las tres provincias del viejo imperio leonés.

Parece que no se puede hacer nada al respecto. La pereza de pensar, tan cómoda y reconfortante, nos abona a esa tesis. Son cosas del progreso, nos dicen y lo creemos. El traslado del campo a la ciudad es un proceso histórico inevitable, que se da en todas partes. Los pueblos tenían sentido en una sociedad agraria de mera subsistencia, en la que cada cual se tenía que inventar su propia comida. Ahora basta muy poca gente en el campo para alimentar a la mayor parte de la sociedad. Y en algunos países, como si no queda nadie, porque la globalización económica permite que yo me alimente gracias los cultivos de California o de Australia o de los campos franceses. En España, desde que entramos en la UE con los brazos en alto, se tiende a esta última tesis: no necesitamos campo, ya nos traen todo de fuera; nosotros, a explotar el turismo de playa y fiesta, que tan bien se nos da. Y la despoblación de provincias de interior como la nuestra no ha hecho más que acelerarse. En el tipo de economía europea e internacional que nos van imponiendo es verdad que no se necesitan para nada nuestros pueblos, nuestra agricultura y ganadería, nuestra provincia. Estas provincias de interior que van quedando despobladas serán mucho más útiles para los que mandan -no digo el Gobierno, que es un mandado, sino las élites que lo mangonean-; serán más útiles, digo, como trasteros abandonados. En unas podrán poner almacenes de residuos que nadie quiera; en otras crearán grandes reservas de caza y ocio de lujo; con todas se irá disponiendo de grandes masas de suelo y agua para cuando eso sea el verdadero oro de la humanidad?

Jairo Prieto, con cuya amistad me honro, va tener material de sobra para ir ampliando su espléndido libro sobre los pueblos fantasma de Zamora. Y si los zamoranos callamos, si seguimos como hasta hoy, si continuamos riendo las gracias a quienes avalan las políticas estructurales que llevan décadas provocando esta despoblación galopante, el título final de su obra bien podrá ser el del artículo: "Zamora fantasma", en referencia, no solo a la ciudad, sino a la provincia al completo. Hay causas inevitables e históricas, sí, en nuestra despoblación. Pero no son las únicas ni las decisivas. El destino nunca está escrito. Lo escribe la gente de cada lugar, con su actitud día tras día. Culpar al cielo de las granizadas es lógico; pero mejor sería aprender a protegernos de sus efectos. Porque nadie vendrá a salvar a quienes no muevan un dedo para salvarse a sí mismos. Se me entiende, ¿no?

(*) Secretario general

de Podemos Zamora