Otra vez más ha hecho falta el suicidio de un adolescente para que el acoso escolar sea noticia en todos los medios de comunicación y en ellos, sin excepción, tras lamentar el luctuoso desenlace, se hace hincapié en la necesidad de intensificar las campañas de concienciación entre el alumnado, acentuar la prevención y la formación, recabar la colaboración de las familias y, como siempre que ocurre un hecho impactante, no faltan quienes proponen una revisión de la Ley del menor, como si cada vez que se produjese una tragedia debiera revisarse la ley, convirtiendo de esta manera al legislador en responsable subsidiario de cuantos males nos ocurren.

Sin duda, buena parte de las propuestas formuladas en estos días, idénticas a las planteadas en los anteriores suicidios de escolares, bien debieran ser tenidas en cuenta, porque, aun cuando en todas las CC AA existen protocolos de actuación frente al acoso y todos los colegios tienen recogidas actuaciones en sus Planes de Convivencia, incluidas jornadas de formación a toda la comunidad educativa, la evidencia es que siguen produciéndose estos desenlaces luctuosos.

Pero, sin descartar todo ello, creo sinceramente que el punto de mira debiera ponerse en una palabra que aparece en cuantos protocolos y planes de convivencia conozco, españoles, europeos y estadounidenses: indicio. La apertura del protocolo de acoso ha de producirse ante el indicio de que pueda estarse dando una situación de acoso, e indicio es conocer a partir de un fenómeno otro no explicitado, lo que no presupone la existencia de este último. En otras palabras, que de la observación de una conducta se pueda inferir una posible situación de acoso no presupone que esta se esté produciendo y, por lo tanto, no supone culpar, ni mucho menos incriminar a nadie, pero sí la obligación de indagar sobre dicha conducta. Y aquí es en donde colegios y familias tienen mucho que aprender y, sobre todo, mucho en lo que colaborar partiendo, como han señalado especialistas como Rosa López y Pere Led, entre otros, de que el conflicto es inherente a cualquier agrupación humana y ante él lo que tenemos que hacer es aprender a gestionarlo excluyendo de antemano las dos reacciones extremas: la agresiva y la inhibición. Un colegio sin conflicto, al igual que una familia, o una sociedad, no existe, y la ocultación de ese conflicto es la que acaba degenerando en situaciones de gravedad, porque lo que debemos tener claro es que un colegio seguro no es aquel en el que no se producen situaciones conflictivas, sino aquel en el que se actúa adecuadamente cuando surgen dichas situaciones. Pero para que dicha actuación correcta sea posible es preciso que pueda indagarse sin prejuicios ni estigmatizaciones ante un indicio y para ello es necesario que profesores y demás miembros de la comunidad educativa activen el protocolo sin la sensación de estar abriendo un problema, o haciendo la valoración de que lo mismo no es tan grave, o ya lo verá otro. Los equipos directivos deben aplicar todos los mecanismos de que les dotan los protocolos de actuación para preservar la intimidad e integridad moral de todos los implicados, sin alarmismos infundados, ni simplismos que llevan a la dejadez. Y las familias, sean de la supuesta víctima o de los acosadores y observadores, han de ser conscientes de que la indagación es por su seguridad y la de sus hijos y que, de confirmarse una situación de acoso, la respuesta no será ni necesaria ni exclusivamente sancionadora, en la que ni unos ni otros se sentirán satisfechos, sino una respuesta garante de la reconducción del conflicto en la que todas las partes implicadas tengan la sensación de que han salido ganando.

Colegios que se jactan de no tener acosos, que no acogen a alumnos que han estado implicados en esta situación en otro centro, que se resisten a abrir protocolos por dejadez, por ignorancia o por creer que con ello protegen su supuesto buen nombre, o que no pautan correctamente la intervención, con proximidad, profesionalidad y proporcionalidad, en nada contribuyen para que las familias entiendan que la protección de sus hijos pasa por su seguridad y esta solo es posible si se actúa en la prevención sin etiquetas ni simplismos, con toda la cautela, pero con todas las herramientas que ofrecen los protocolos, incluyendo la intervención de expertos externos. Lo contrario, el considerar el acoso algo normal, como bien ha señalado en este mismo diario el doctor en Psicopedagogía Luis López González, solo conduce a desenlaces fatales de los que familias y colegios son víctimas, pero en no pocas ocasiones también responsables por una inadecuada actuación.

Luis M. Esteban Martín.

Experto Universitario en Convivencia Escolar y Profesor de Literatura