En este momento y al margen de la nada fácil situación de España, nuestra ciudad tiene pendientes varias cuestiones pero una de ellas merece toda la atención: el Museo de Semana Santa. El proyecto en sí contiene tales valores que merece atención y unidad de acción y dirección, rota, en ocasiones, lo que nos hace añorar aquel trío formado por Marcelino Pertejo, Dionisio Alba y Ricardo Gómez Sandoval. Fueron ellos los que iniciaron el Museo, pero la idea está hoy superada y exige una solución adecuada, de categoría y dignidad equivalente a la que representa el conjunto de nuestra Semana Santa.

El futuro Museo requiere, en primer lugar, una emplazamiento adecuado en el plano de la ciudad. Se perdió una oportunidad tras el Ramos Carrión, que ofrecía dos salidas naturales y dos plantas. Perdida esta, solo queda la Rúa de los Notarios y san Isidoro, nada fácil, pero hay que lanzarse a la búsqueda.

El edificio deberá guardar desde los cimientos la categoría arquitectónica que le corresponde por guardar y proteger en su interior tanta riqueza, añadiendo valor al conjunto. Hace pocos días escuché en la plaza de Viriato a un cofrade nonagenario que explicaba a sus amigos de paseo mientras buscaba el nuevo edificio levantado en el solar de las Arcadas, que aquel hubiera sido un buen sitio para el museo. Aquello desató aplausos, pero al final, lo que pesa es el silencio. El Museo es una gran responsabilidad que merece la pena como esfuerzo.