Aunque abusemos del adjetivo histórico, hay días que sí lo son y otros que son historia en sí mismos. Antier fue uno de estos últimos. Menos mal que solo tuvo 24 horas. Si llega a tener algunas más, quizás hubieran saltado a la palestra, entre otros, Bellido Dolfos, Maquiavelo, una embajada de la Guerra de las Galaxias, el niño de Susana Díaz riñendo a Pedro Sánchez y el bebé de Carolina Bescansa cuadrándose ante el teniente general Julio Rodríguez nombrado ya ministro de Defensa. ¡Qué manera de precipitarse los acontecimientos y de ir de sorpresa en sorpresa y tiro porque me toca! Yo mismo tuve pensados tres o cuatro artículos, pero todos se quedaban viejos cuando me disponía a darles forma. Decidí esperar a la noche, que siempre suele portarse bien con las dudas, y me fui a pasear. Por si acaso, cogí el transistor y, claro, me enteré en directo de que Rajoy había declinado la oferta de Felipe VI. Otro proyecto de texto a la papelera. Por cierto, qué fina la Casa Real. Podía haber puesto que Rajoy rechaza, desestima, rehúsa, desdeña, refuta (sinónimos todos, y algunos más, incluidos en el Espasa) y hasta que manda a hacer gárgaras la propuesta real, pero no, optó por "declina". Y así fue como supimos que el presidente del Gobierno en funciones (¿o es en ficciones?) no se presentará de momento a la investidura. Más adelante, Dios dirá. Y, hala, comenzaron las reacciones, los análisis, las valoraciones y las quinielas. Y en esas estaremos días y días, y tal vez meses y meses.

La retirada estratégica de Rajoy se produjo pocas horas después de que Pablo Iglesias se autonombrara vicepresidente del Gobierno y se rodeara de gentes de su confianza, aspirantes a ministros o ministros por un rato. Yo me quedé bastante alucinado. Es lógico, legítimo y normal que hablara de estas cosas con el rey, pero es muy fuerte, demasié, que se presentara en público como se presentó y dando casi por hecho un Ejecutivo en el que parece guardar para Pedro Sánchez el papel de presidente de papel y la función de gritar "yepaaa" a lo que decida el propio Iglesias. Y también había reservado para Izquierda Unida un ministerio, algo que sorprendió hasta al mismísimo Alberto Garzón. Y a muchos más.

La jugada-órdago de Pablo Iglesias marcó la jornada. Y la marcó hasta tal punto que a Pedro Sánchez ya casi no le preguntaron por su conversación con el monarca, sino que el interés periodístico se desplazó, obviamente, hacia la oferta de Podemos. Y ahí Sánchez no estuvo demasiado contundente, ni en la posibilidad de aceptar ni en el rechazo, lo que alimentó especulaciones de todo tipo y sirvió para que la caverna resucitara, una vez más, el fantasma del Frente Popular y el peligro de los rojos comeniños.

Y andaba Sánchez con su sonrisa y sus elucubraciones de cómo explicar el próximo sábado en el Comité Federal del PSOE sus "propuestas de diálogo" y su "gobierno del cambio" cuando Rajoy hizo un similitruqui muy propio de su personalidad: no pero sí; no por ahora pero ya veremos; me retiro pero me quedo; resistir y ganar tiempo; esperar que se quemen los demás; moverse entre bambalinas? De momento, ha descolocado a la mayoría, incluidos sus rivales internos y externos. Se esperaba un fin de semana tranquilo con la vista ya puesta en una investidura en la que habría un rechazo cantado y se quemaría Rajoy y, sin embargo, todo se ha vuelto contactos, llamadas y miles de "verás como pasa esto o lo otro; lo sé de buena tinta".

¿Y ahora qué?, dice el personal. Son tantas las preguntas. Verbigracia: ¿con quién va a negociar Rajoy si no lo ha hecho jamás o casi nunca, si no está entrenado? ¿Qué les va a ofrecer a sus interlocutores si les ha ninguneado? ¿Les ofrecerá su cabeza para salvar partido y gobierno o al revés? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Pedro Sánchez para lograr esa teórica mayoría de izquierdas que tampoco le garantiza nada y menos tranquilidad para desarrollar un programa? ¿Qué cesiones hará a los del derecho a decidir? ¿Los demás, los sin lengua propia aunque la hablen 600 millones de personas, decidiremos alguna vez algo? ¿Aceptará, como propone Iglesias, un ministerio de la plurinacionalidad, que dirigirá, claro está, un catalán? ¿Con qué competencias? ¿Qué líneas rojas ha borrado Pablo Iglesias con tal de llegar al Gobierno y desarrollar unas medidas que ya se parecen poco a las que predicaba hace unos meses? ¿Qué papel jugará Ciudadanos? ¿Qué oposición hará un PP alejado del poder pero con más diputados que nadie y con mayoría absoluta en el Senado? ¿Serán posibles reformas de calado, la de la Constitución, por ejemplo, sin su respaldo?

Se me ocurren cientos de preguntas más. Seguro que a ustedes también. Tiempo habrá de hacerlas. ¿Habrá respuestas de quienes tienen que darlas? Esa es la clave.