En este año tan cervantino recién estrenado se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Valle-Inclán, poeta, novelista, dramaturgo, crítico teatral y, sobre todo, creador del esperpento en boca de su personaje más famoso, Max Estrella, en Luces de Bohemia. Los profesores de literatura, con el imperativo de síntesis que imponen las programaciones, reducimos el esperpento a una técnica literaria de deformación de la realidad para ahondar en la esencia de esa realidad. Pero el esperpento es mucho más que una estética literaria, es una forma de vida, ácida si se quiere, pero no sujeta a estereotipos, que se proyecta, con una construcción lingüística impecable e irónica, sobre cualquier aspecto de la realidad, por nimio que pueda parecer, para sacar a la luz la miseria, sobre todo intelectual, de una sociedad que bien puede ejemplarizarse, en uno de los frecuentes pasos de Valle-Inclán por comisaría, en la zafiedad del funcionario policial que, tras preguntarle su nombre y apellidos, no se inmuta a renglón seguido al preguntarle si sabe leer y escribir, a lo que Valle-Inclán responde con un sonoro no.

Del mismo modo que Quevedo puso frente a frente la España imperial con la de mendigos y mutilados, Valle-Inclán sacó de paseo por el callejón del Gato la España que aún se soñaba un imperio y los espejos cóncavos y convexos mostraron, en esa simbología de la dantesca bajada a los infiernos de don Latino y Max, una España en sombra y vulgaridad. Y en ambos, Quevedo y Valle-Inclán, enraíza el dolor unamuniano por España, porque es de ese dolor del que nace el esperpento como única forma de zarandear, zarandearnos, frente a tanta mediocridad e hipocresía para hacer una defensa patriótica, que no patriotera, de España, de la misma manera que años después Camilo José Cela, de quien también en este año se cumple el centenario de su nacimiento, nos puso ante la realidad de su tiempo con la acritud de La familia de Pascual Duarte.

Al día siguiente de su entierro, Manuel Azaña escribió de Valle-Inclán que "Él hubiese querido ser no el hombre de hoy, sino el de pasado mañana". Pues el pasado mañana ya es hoy y aquí estamos en esta España de martes de carnaval de políticos de tuits, próceres matronas amamantadoras tras las puertas veladas por los hieráticos Daoíz y Velarde, y hacendados que acrecientan su hacienda desde la Hacienda.

Y mientras él, don Ramón María, duerme su sueño eterno, nosotros, en este ruedo ibérico quizá solo podamos aferrarnos a la fe ciega de que en el cuerpo de carabineros no puede haber cabrones, o cargar nuestra pipa de kif para no confundirnos en una comedia bárbara.

Luis M. Esteban Martín

(Zamora)