Hay en Madrid (todavía) varias casas regionales. Fueron estas unas creaciones muy útiles que tuvieron lugar en el siglo XX (la de Zamora, por ejemplo, se creó en 1930). Con ellas se pretendió -y se consiguió- reunir en Madrid a los muchos emigrados de las distintas provincias de toda España. Allí se encontraban con paisanos de la provincia, cuya vida renovaban en la capital de España. Es un fenómeno que se experimenta en cualquier sitio cuando se encuentran personas procedentes del propio territorio, sea en la misma nación -como es el caso- o se trate de una nación diferente. Allá por los años 60 era muy satisfactorio viajar en el metro de París y oír, tal vez al fondo del vagón, que alguien hablaba español. Se establecía inmediatamente un lazo de paisanaje y una puntual amistad reconfortante. Pasábamos una agradable tarde zamoranos y granadinos, desconocidos hasta aquel momento y conocidos -tal vez- para el resto de la vida. Como dato curioso, puedo decir que la primera vez que vi televisión en mi vida fue, durmiendo en el suelo, en un piso de Neully, presenciando la película "Tous nous sommes les assassins". Fue el resultado de la hospitalidad de otro español alojado en el piso.

El efecto de las Casas Regionales en Madrid ha sido muchísimo más duradero. Conozco personas que se conocieron solteros en la Casa de Zamora y en la actualidad acuden a ella acompañados de sus hijos y nietos, fruto de aquel feliz encuentro. Ha sido algo así como la creación de una sucursal de la provincia, que agrupa a paisanos procedentes de toda ella y los convoca a divertirse una tarde presenciando una obra de teatro, oyendo una sesión de poesía y cante, oyendo una conferencia sobre el pasado o presente de la patria chica, o instruyéndose con la presentación del libro, que ofrece al público un hijo de la propia tierra. Todo esto ocurre con relativa frecuencia en la Casa de Zamora.

El pasado sábado, 16 de enero de 2016, se llenó el Salón Viriato, con el aditamento de la Biblioteca, para asistir a una fabulosa sesión de poesía y cante. Nos lo ofreció el grupo "Dos amigos de la mano", que fueron tres en realidad: el rapsoda, actor y cantante José Añíbarro, la rapsoda, guitarrista y cantante Maribel Crespo y la guitarrista y cantante M.ª José Pastor. A lo largo de hora y media, bien cumplida, nos deleitaron con un extensísimo programa de 32 números de poemas, recitados o cantados. Por sus estupendas voces nos llegaron, recitados o cantados, poemas de Quevedo, García Lorca, los Machado (Antonio y Manuel), Altolaguirre, Gerardo Diego, Bécquer, Bergamín, Miguel Hernández, Violeta Parra, Gabriel y Galán, Alfonsina Storni, Samaniego, Gloria Fuertes, Vázquez Montalbán, Daniel Dicenta, Góngora, Nicolás Guillén, Rafael de León, Gabriel Celaya y José Martí. Todo ello unido a alguna canción popular interpretada a voz y guitarra.

Una vez más, la Casa de Zamora cumplió con su cometido de reunir en aquel salón a zamoranos de todas las comarcas: se veían allí personas de Sanabria, de Aliste y Sayago que se hermanaban con otras de Tierra de Campos, del Vino, del Pan o del Guareña, unidos a los de Benavente y Los Valles. Se habló de todo; de lo pasado y del presente de Zamora convertida en un vasto lago por la crecida de todos los ríos, sobre todo los de la parte occidental de la provincia, y del padre Duero, que recoge la abundancia desbordante de todos ellos. Todos se hacen eco de la novedad del AVE, con la nube proclamada por los toresanos, que echan de menos una parada en la muy interesante Ciudad de doña Elvira, premiada ahora con las Edades del Hombre, que alojará allí este mismo año, y son un digno reconocimiento a su importancia actual, leve reflejo de su magnífica importancia histórica pasada.

Ya no son las casas el lugar en el que incluso se proporcionaba información de trabajo, como ocurrió a mediados del siglo pasado; pero sí siguen siendo lugar de reunión y hermanamiento para todos los que la vida ha desterrado de sus provincias y ha traído a esta hospitalaria laguna donde han confluido todas las aguas de la emigración de los pueblos de España.