Chivato". Así de contundente se mostró el humorista Ricky Gervais en la reciente gala de los Globos de Oro al utilizar al actor Sean Penn como blanco de sus dardos verbales. "Voy a soltar este monólogo y luego me voy a esconder. Ni siquiera Sean Penn me va a encontrar", bromeó. Y es que el papel del actor como periodista por un día entrevistando en su guarida a El Chapo, el narcotraficante mexicano que tiene su conciencia manchada por la sangre de periodistas de verdad y sin blindaje, ha deteriorado aún más la imagen de un actor que últimamente sale más en la prensa por sus devaneos sentimentales (su ruptura con Charlize Theron) que por su carrera cinematográfica ("Caza al asesino", su última película, es un horror).

Ante la fotografía del rebelde sin pausa de la Meca del Cine dando la mano al criminal tras un simulacro de periodismo sus compañeros de oficio prefieren guardar un elocuente silencio, aunque haya quien valore la entrevista en términos de entretenimiento. De "show". Penn, que sin duda tiene todo el derecho del mundo a criticar los aspectos más oscuros de la guerra contra las drogas por parte de las autoridades mexicanas y norteamericanas, se queda con la pólvora mojada cuando tiene delante a un personaje como El Chapo y le lanza unas preguntas inofensivas, sin ponerle nunca en aprietos. El director Alejandro González Iñárritu lo ha expresado a la perfección en una entrevista a un diario español: "Entiendo a Sean Penn. Lleva 30 años de activista. Y ha escrito muchos artículos. Posee una gran curiosidad y le atraen figuras controvertidas. Tiene todo el derecho a buscar a El Chapo. Hizo una crónica fantástica sobre cómo llegó a él y, desafortunadamente, una entrevista no muy lograda porque no le pudo preguntar. El resultado informativo es pobre; la experiencia, muy rica". Y así es: la crónica previa al encuentro (de tintes exageradamente épicos) en la que Penn relata la aventura de entrar en los dominios del capo es interesante. La entrevista pura y dura es vergonzosa.

La prensa norteamericana no ha cuestionado el derecho de Penn a entrevistar al personaje (cualquier periodista lo haría con los ojos vendados) pero sí el hecho de que el actor mantuviera un encuentro amable y con buenas viandas mientras otros periodistas son asesinados por contar las verdades del narcotráfico. El director del "Washington Post", Martin Baron, lo escribió bien claro: "Buen momento para recordar lo que les pasa a los periodistas de verdad que cubren a los narcotraficantes mexicanos". "Describir el encuentro entre El Chapo y Sean Penn como una entrevista es un insulto épico a los periodistas que han muerto en el nombre de la verdad", escribió Alfredo Corchado, curtido corresponsal estadounidense en México que vivió en sus carnes las amenazas de los Zetas.

Penn, que no tiene ni un pelo de tonto, se ha apresurado a decir que se arrepiente de la entrevista, pero no por haber rendido pleitesía al borde de la admiración a El Chapo ni por haber sido la involuntaria pista que llevó a la policía a la guarida (así lo ha insinuado el gobierno mexicano, al que el actor ha acusado de intentar ponerle en el punto de ira del cártel) sino porque el resultado no ha servido para reavivar el debate sobre la política de la guerra contra la droga. Sus ingenuos propósitos de estrella narcisista y arrogante han quedado reducidos a la ofensiva condición de un lavado de cara a un narcotraficante que ha podido argumentar sin enfrentarse a la contrarréplica porque el entrevistador aceptó cuantas condiciones le impusieron. En un alarde de prepotencia muy propio de él, Penn, gran actor y notable director, afirma que quienes le critican son unos envidiosos porque es "la historia que todos los periodistas del mundo querían". Sin duda, y sobre todo aquellos que han muerto por intentar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre el hombre con el que Penn compartió tacos, enchiladas, pollo, arroz, frijoles, salsa fresca y sabrosa carne asada.