Las desamortizaciones consistieron en la enajenación de propiedades amortizadas que no circulaban por el mercado libre y así convertirlas en propiedades que podían circular con arreglo al juego de la oferta y la demanda. Dichas propiedades solían ser patrimonio de entidades civiles y eclesiásticas como fincas, archivos, bibliotecas, monasterios, etc.

Se quiso con el dinero conseguido por medio de las subastas o ventas amortizar la Deuda Pública del Estado en aquella época y paliar las necesidades generadas por tantos gastos en guerras, obras públicas, etc.

Después de la expulsión de las tropas napoleónicas, las Cortes españolas decretaron la incautación de los bienes y rentas de los traidores, de la Inquisición, de las órdenes militares y conventos suprimidos.

Mendizábal acometió las desamortizaciones en 1836, centrándose en bienes eclesiásticos regulares en su mayoría para conseguir créditos del exterior y financiar el ejército "liberal".

La desamortización pareció un castigo a la Iglesia por su apoyo al Carlismo. Las desamortizaciones de Mendizábal fueron continuadas por Espartero como regente tras la caída de María Cristina.

Hubo una nueva desamortización en 1855 por Madoz, que fue la más importante de la época y se llevó a efecto sobre bienes municipales, del clero, Instrucción pública, Beneficencia y la Corona, alcanzando un valor muy elevado que se destinó en gran parte a equilibrar el presupuesto estatal y a subvencionar obras públicas, en especial el ferrocarril.

En Zamora, la determinación del Gobierno tuvo consecuencias muy negativas desde diversos puntos de vista: la ciudad hubo de ofrecer a los exclaustrados el albergue y el consuelo que necesitaban en los momentos del despojo. Es justo que también se sepa que hubo una bárbara destrucción de monumentos que ennoblecían nuestro suelo con el arte arquitectónico; materiales atesorados desde la Edad de Hierro desaparecieron sin que nuestro pueblo se beneficiara en nada. Mandaron derruir edificios, enviando comisionados rapaces que aprovecharon para sí o malvendieron objetos que hubieran formado el más rico museo del mundo. Había en Valparaíso y en el convento de La Trinidad (San Torcuato) colecciones de grabados flamencos raros; en Moreruela y San Martín de Castañeda códices preciosos, privilegios reales y escrituras de los siglos de la Reconquista; en San Francisco y Santo Domingo obras manuscritas de Historia y de Medicina, y en casi todos los monasterios imágenes, pinturas, vasos y ropas sacerdotales, sillerías esculpidas, rejas labradas, sepulcros grandiosos; había, en fin, elementos de instrucción y de cultura, obra paciente de cien generaciones que desapareció en un momento a la voz irrisoria del progreso.

(Fuente: Memorias Históricas, de Cesáreo Fernández Duro).