De vez en cuando pasa que los personajes no se hacen creíbles porque los actores no han estado bien elegidos, o bien dirigidos. Sin ir más lejos, en la actual temporada teatral madrileña, dos funciones, "El alcalde de Zalamea" y "Los hermanos Karamázov", que podrían haber quedado redondas, han quedado algo cojas porque el encargado del "casting" en un caso y el director en el otro no han estado lo suficientemente finos. En la primera al haber elegido a Clara Sanchís para interpretar a Isabel, a la sazón hija del alcalde Pedro Crespo -que lo hace Carmelo Gómez- con solo cinco años menos de edad, que hace difícil que se haga creíble para los espectadores. En la versionada obra de Dostoievski, el hecho de que haya sido elegido, para representar al jefe de la saga Karamázov, Juan Echanove, que tiene las características que tiene, no ayuda a que llegue a verse, en plenitud, a ese padre lascivo y despótico, por mucho que lo intente ese buen actor, ya que el perfil del personaje no requiere obligadamente gritar y moverse exageradamente durante las tres horas que dura la representación, que le obliga a mostrar un carácter demasiado hispánico; y eso ha sido así porque así lo habrá decidido Ricardo Vera, que es quien dirige la función. Y es una lástima, porque ambos espectáculos son de lo mejorcito que puede verse este año en los escenarios madrileños.

Algo parecido ocurre en el escenario de la política, donde los "castings" no siempre son acertados, quizás porque no piensan lo suficiente en lo que le hace falta al país, sino en lo que entienden que demandan determinados electores potenciales. Porque díganme ustedes cómo puede uno creerse lo que dicen determinados diputados, recientemente elegidos, cuando afirman que su partido es limpio y aseado, si todavía huele a chamusquina en sus sedes debido a las reiteradas mentiras de las que han sido protagonistas, o a los tristes affaires que aún colean por los tribunales de justicia. Cómo puede llegar uno a creerse que determinados representantes, sin experiencia profesional alguna ni haber tenido contacto con el mundo laboral, pueden, por arte de birlibirloque, llegar a ser unos eficaces y prestigiosos diputados. Y es que ocurre que quienes han hecho esos "castings" no han estado muy inspirados o, lo que sería peor, que han podido dejar primar los favores y reconocimientos sobre el perfil de los actores.

Y no digamos el uso y abuso que han hecho con sus recreaciones escénicas, como la del niño mamando en el Congreso de los Diputados, o la de la fanfarria del tío Honorio tocando en la puerta de las Cortes, al modo de la charambita de Valorio. O el empecinamiento en seguir nombrando como vicepresidenta del Parlamento a una señora que tan pronto le grita como una posesa a su chófer, que juega a los marcianitos durante los plenos. O esos juramentos o promesas adornados de un "sí, pero no", seguido de un "ya veremos".

Eso puede estar ocurriendo porque no se han hecho bien los "castings", o porque los directores y algunos actores están en las nubes o cursando el primer curso de artes escénicas. Porque si se hubiera pretendido elegir a los mejores probablemente se habría optado por elegir a otros que hubieran encajado mejor en sus personajes, lo que habría hecho que quienes tenemos que quedarnos fuera, viendo cómo sujetan la bola los leones, pudiéramos dormir tranquilos mientras ellos se toman un "gin tonic", por dos euros, en la cafetería del Congreso. Pero eso es lo que tiene la cosa de tener listas cerradas y que la democracia interna de los partidos brille por su ausencia, que hace que volvamos a casa con el ánimo encogido y la ilusión entre las piernas.