Ruego no confundir con Alberto Carlos Garzón Espinosa, diputado de Izquierda Unida. Como no podía ser de otra forma cuando se habla de dinero, de ambición y de poder con ese apellido, nos estamos refiriendo al ex juez estrella, el eximio Baltasar Garzón. Este señor que, lejos de estar en paradero desconocido, se había refugiado en la Argentina kirchneriana, al amor o lo que es igual, al abrigo de Cristina Fernández, donde ha pasado cómoda y felizmente estos últimos años, vuelve a ser noticia. En este caso porque ha perdido su puesto en el Gobierno argentino.

Baltasar Garzón, dicen que algo más que buen amigo de la que ha sido considerada la presidenta más corrupta de América Latina, había sido colocado a dedo por la señora en un puesto la mar de goloso. Ni más ni menos que como "coordinador en asesoramiento internacional en derechos humanos", en la Secretaría de Derechos Humanos del país sudamericano.

Como quiera que a pesar de sus tretas y malas artes, Cristina Fernández de Kirchner fue derrotada en las urnas el pasado mes de noviembre, el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, lo ha puesto de patitas en la calle, como al resto de hombres fuertes y no tan fuertes del anterior régimen. Garzón vivía a lo grande en su refugio argentino desde diciembre de 2012 cuando fue designado por la entonces presidenta. Dos años y un poco de los que nada se conoce de su labor. Entre otras cosas porque los derechos humanos en la Argentina de Cristina eran una utopía.

En lo que no perdió el tiempo fue en cuestión de sueldo. Conocido es su apego al dinero y al poder. El exjuez cobraba un salario mensual de 96.368 pesos brutos que al cambio vienen a ser unos 6.500 euros. No estaba nada, pero que nada mal la retribución que aquí en España a lo mejor no hubiera alcanzado, dado su desprestigio. Claro que esa cantidad es la que muy bien podía cobrar por conferencia dictada. Y, a lo que voy. La cantidad para un país como Argentina era desorbitada, habida cuenta de que el sueldo mínimo y más común en aquel país es de 6.060 pesos. La diferencia es brutal. El gobierno populista de la Kirchner tenía esas contradicciones, decía trabajar por los descamisados pero solo enriquecía a los amigos. Y Garzón lo era.

Ahora que cuenta con amplia experiencia populista, a lo mejor va Pablo Iglesias y lo acoge en su seno. No sería el primer juez corrupto en sus filas. De hecho, la exmagistrada Victoria Rosell, candidata de Podemos, a quien Iglesias, de haber ganado las elecciones, pensaba colocarla de ministra de Justicia, bueno, o de Injusticia, tiene abiertas diligencias por la Fiscalía Provincial de Las Palmas y por nada bueno y honesto. Pero es que a estos de Podemos no se les puede decir nada, como si, además de la democracia, también hubieran inventado ellos la honestidad y la transparencia.

A lo mejor Baltasar Garzón ve posibilidades en esta España del cambio en el que unos cuantos dicen que van a trabajar por nosotros.