En la segunda mitad del pasado siglo, y después de las matanzas de la primera mitad, la sociedad en el mundo occidental evolucionó a velocidad de vértigo gracias a los cambios sociales favorecidos cuando no acelerados por el progreso en el que jugaron un papel muy importante los medios de comunicación.

La educación, como no, ha sido clave en la transformación de la sociedad. La escolarización obligatoria ha supuesto la mejor fórmula de integración y una auténtica "fabrica" de valores. Han cambiado las técnicas, la metodología, pero no la filosofía que ha hecho de la educación la mejor fórmula de cambio y de progreso. Pero los poderes políticos han querido también en esto arrimar el ascua a su sardina y, en muchos casos, han cambiado lo que funcionaba, llevándolo junto al precipicio.

Así hemos llegado a ese confusionismo brutal y acelerado en el que estamos, del que difícilmente se va a salir. Hemos convertido a los niños en víctimas de un proceso que no se sabe hacia donde camina. La grieta entre el mundo rural y urbano es cada vez más grande y más difícil de salvar.

La trilogía sociedad, familia y escuela constituye una unidad que tiene que mantenerse perfectamente sincronizada y ordenada con el fin de mantener unos valores únicos que son los que sostienen nuestra civilización.

Hay recuerdos en nuestro ya lejano pasado que marcaron un sello de calidad. Pues ni eso se ha intentado recuperar. Ni tan siquiera lo que funcionaba bien hemos sido capaces de copiarlo. Eso define los tiempos actuales: el confusionismo y la falta de horizonte.