La "rasta" hace referencia a cada una de las trenzas que componen el peinado característico de los rastafaris. Conozco a muchos estudiantes con rastas que acuden a la Universidad de Salamanca, donde trabajo. Y es habitual encontrarse con jóvenes que lucen este tipo de peinado en calles, plazas y otros lugares variopintos. Las rastas son un símbolo y como tal debe respetarse. A veces, sin embargo, el respeto brilla por su ausencia. Porque el problema de las rastas no está en quienes las lucen sino en las personas que se molestan cuando ven una indumentaria que no es habitual en los círculos donde se mueven. Como en el Congreso de los Diputados, un espacio para el debate político que ha dejado de estar monopolizado por personas con "buenas pintas", caso de la señora Cecilia Villalobos, diputada del PP y vicepresidenta del Congreso.

La señora Villalobos, que así habrá que llamarla por lo que bien que viste y calza, tiene un problema: en ocasiones piensa y dice cosas que molestan a muchas personas. La última, a propósito de las rastas del diputado Alberto Rodríguez, de Podemos: "A mí con que las lleven limpias para que no me peguen un piojo, me parece perfecto". Y se ha quedado tan fresca, porque ella, hay que reconocerlo, es así: echada para adelante. Por si aún no saben de qué va la película, la buena señora ha insinuado que quienes llevan rastas pueden oler mal o incluso que son propensos a que en sus cabezas aniden piojos, esos insectos anopluros, de dos a tres milímetros de largo, que viven parásitos en el hombre, en la mujer y en otros animales alimentándose de su sangre. Lo dice el diccionario de la RAE, ¿vale? Pues bien, el problema de la señora Villalobos es que debería estar preocupada por los olores y las infecciones que producen otros piojos, mucho más peligrosos para la salud democrática de un país que los que pueden anidar en el cuero cabelludo de quienes llevan rastas.

Habrán deducido ya que me refiero a esos piojos de dos patas que han chupado la sangre de muchas organizaciones políticas y económicas durante las últimas décadas en los diversos territorios de España utilizando el tráfico de influencias, los sobornos, las comisiones, los sobres y los maletines. ¡Esos piojos sí que dan olor y, además, pican! Tanto, que muchos españoles estamos hasta las narices de ellos. Y lo curioso es que este tipo de comportamientos delictivos se han realizado por personas con buenas pintas, bien trajeados y aseados ellos o bien vestidas y perfumadas ellas. Sin embargo, estas personas, aunque no huelan, dan asco. Y quienes tienen responsabilidades políticas, como la señora Villalobos y otros tantos como ella, deberían dedicarse mucho más a limpiar las alcantarillas de la vida política de este país que a perder el tiempo hablando de las pintas y de las rastas de los ciudadanos que han aterrizado en el Congreso de los Diputados. Porque por eso cobran. Pero algunas reciben mamandurrias, es decir, sueldos que se disfrutan sin merecerlos.