Hace unos días eran los Reyes Magos los que no se sabe bien si por actuación de la diosa Fortuna o por encanto de mago Merlín se convirtieron en Reinas en algunas localidades españolas, y en otros lugares en señores medievales vestidos con trajes de astrónomos de aquellos que salían hace años en los tebeos. Ahora nos han vuelto a dar otra sorpresa diciéndonos que Hacienda no somos todos, que eso no es más que el eslogan de una cuña publicitaria, como pudiera ser la de los sujetadores de Intimity, por poner por caso. Uno a uno van desapareciendo los mitos que mamamos en nuestra infancia y los principios y fundamentos que fuimos añadiendo a nuestro acervo en distintos momentos de nuestra vida. Cualquier año de estos nos van a decir que tampoco existen las meigas, ni las bruxas, ni las sabias; que en Galicia, de quedar, quedaría si acaso la Santa Compaña y el Real Club Celta de Vigo. O que dentro de poco lo de la Tarasca solo será una ficción que se le pasó por la mente al imaginero de Coreses don Ramón Álvarez. O que Doña Urraca, de haber existido, habría sido un mero devaneo del Cid Campeador, que, por otra parte, tampoco se sabe si fue realidad o ficción.

Así están poniéndose las cosas. Cada día surge alguien que nos ofrece algún sorprendente hallazgo, algún dato artificioso o alguna chorrada. Pero es que, últimamente, parece que vale todo, con tal que sirva para contentar a determinados votantes, o para echar una mano a determinada infanta, o para contribuir a la mayor gloria de la clase política.

Poco a poco, parte de la sociedad se encuentra empeñada en ir quitando de en medio paradigmas y sentimientos, ideologías y tradiciones, anhelos, deseos y retales de la historia. De ahí que quizás sería menester plantearse si sería bueno fumarse un puro y no hacer caso de los dimes y diretes con los que nos bombardean a diario desde los medios informativos, por tierra, mar y mayormente por aire.

Como muestra, ahí está esa intoxicación más que cargante sobre la actualidad política en Cataluña. De esa comunidad donde una minoría se permite la licencia de hablar en nombre de todos los catalanes, incluidos los que forman parte de la mayoría que no piensa como ellos. Y ahí está también la esfinge del presidente del Gobierno de España que no dice ni pio, porque piensa que como huele a chamuscado, pueda ser que los patriotas catalanes del "tres por ciento" estén esperando que haga algo llamativo para utilizarlo como argumento que pueda justificar su empecinamiento en post de la independencia. Porque, ciertamente, da la impresión que es de eso de lo que se trata, que el aparato del Estado llegue a actuar para, a su modo, poder justificar sus devaneos, ya que lo de lo del mito de "España nos roba" no cuela, ni en L´Esquirol, desde hace mucho tiempo. De ahí el hermetismo del Gobierno para no tomar ciertas decisiones que pudieran contribuir a "echar una mano" a los secesionistas, especialmente a esos que necesitan ocultar sus fuentes de corrupción y asegurar sus cargos oficiales durante unos cuantos años. Pero, de momento, les está saliendo el tiro por la culata, porque la esfinge solo se manifiesta en plasma, nunca en cuerpo mortal, y contra las holografías y las imágenes virtuales nadie ha podido luchar hasta el momento.

Por cierto que de la desmitificación de las tradiciones, a las que aludía al principio, saben mucho los catalanes, puesto que, mismamente, hace unos pocos años, se descubrió que la mítica Virgen de La Moreneta no era tal -quiérese decir que no era morena- puesto que cuando le quitaron la pátina que el humo y el tiempo habían dejado en su rostro, pudo comprobarse que era tan blanco como la camiseta del Real Madrid, con perdón de la comparación.