La conmoción todavía está presente en la plaza que separa la estación central ferroviaria de Colonia de su imponente catedral gótica donde, por cierto, se dice que reposan los restos de los tres Reyes Magos. De ser un lugar agradable, sobre todo en verano -lo he pateado en más de una ocasión-, durante la pasada Nochevieja se convirtió en testigo de unas inusitadas oleadas de violencia en masa contra mujeres alemanas y de otras nacionalidades. Estoy por apostar que si lo sucedido hubiera sido obra de los propios alemanes, de españoles, de franceses o de italianos, eternos Casanova, las condenas se hubieran disparado y los medios de comunicación no hubieran dejado títere con cabeza.

Resulta que los "salidos" constituidos en chusma no eran ni siquiera europeos. Procedían del norte de África y de distintos países árabes y como hay más miedo que valentía, que pundonor informativo y que nobleza de conciencia, no vayan a ser criticados por xenófobos o racistas y a ser marcados con una "X" mortal por el Daesh, se han cargado las tintas, que también, contra la Policía de Colonia que se vio superada, porque eran más los dedicados a meter mano a las mujeres y a robarlas que los propios policías. Se sabe con total certeza que los "salidos" son solicitantes de asilo y personas en situación ilegal en Alemania. Y que la mayoría de agresiones fueron planeadas.

Por mucho que se luche por fomentar la integración de los refugiados, y no estoy generalizando, como muchos de los que piden asilo político vengan convenientemente adiestrados para realizar esas y otras acciones, de nada nos va servir la buena disposición, la buena voluntad, los brazos extendidos en señal de acogida y las puertas abiertas de este Schengen generalizado en el que se ha convertido la vieja Europa. Así no. Esa no es la forma. Claro que, reconoces esto y hay quienes se escandalizan y se rasgan las vestiduras y piden tu cabeza por decir lo que ellos piensan y unos pocos nos atrevemos a expresar públicamente.

Hay más de 600 denuncias y la terrible sensación de que las mujeres teutonas no pueden salir solas de casa, sobre todo a ciertas horas. En Colonia y en Hamburgo la cosa está que arde, con razón. Una razón que va a llevar al gobierno de Merkel a endurecer su postura y actuar con mano dura contra los delincuentes extranjeros. Todavía habrá algún timorato o en exceso progre que echará la culpa a las chicas por empeñarse en salir a la calle en una noche como la última del año, a beber, bailar y festejar la llegada del nuevo año, oiga, en su propio país. Algo que esas chicas y otras como ellas han venido haciendo por tradición toda la vida. Me parece muy bien lo que plantea Merkel: o los refugiados se integran o se van. Porque es muy doloroso y humillante para una mujer, sea del continente que sea, denunciar que la han violado, que la han ultrajado de la forma salvaje y casi impune en una noche desgraciadamente inolvidable para la sociedad alemana cuyas mujeres se pertrechan de sprays de pimienta.