Soy un verdadero fanático del cine, "el material del que están hechos los sueños", considerado con razón el principal arte engendrado por el siglo XX. El celuloide, junto con algunas brillantes historias tejidas en los libros inmortales, nos permite a los modestos peatones de la historia trascender nuestras vidas, evadirnos de nuestra mediocre realidad, viajar y visitar paraísos que nunca nos pertenecerán. Como tantas otras facetas, mi iniciación a la magia cinematográfica ocurrió en la Zamora remota y levítica de mi infancia.

Mediaban los prodigiosos años 60, algo estaba cambiando en la fisonomía de aquella España grisácea que empezaba a sacudirse las miserias de una larga postguerra. Los niños zamoranos de entonces apreciábamos esos ligeros atisbos de modernidad en los nuevos cacharros domésticos y sus inconvenientes. Así, debíamos extremar las precauciones para cruzar la avenida de Italia, por temor a ser atropellados por alguno de los esporádicos coches que circulaban -los primeros Seat 600, el 4x4 o el Gordini del capitán Robledo-. Los contemplábamos boquiabiertos, como los primeros televisores que compraban los vecinos y donde íbamos a ver "Bonanza" con permiso materno, o los modernos frigoríficos sustitutos de las vetustas neveras, que funcionaban metiendo una enorme piedra de hielo hasta que se consumía.

Con todo, la principal distracción provenía de las sesiones vespertinas de cine en los Salesianos. Creo recordar que entre los requisitos estipulados para acudir figuraba portarse bien, participar en la catequesis y asistir a la misa matinal con el recogimiento debido. Después de comer, los infantes nos reuníamos en la calle, siempre había que lamentar bajas imprevistas por castigos paternos, y acompañados por un mayor nos encaminábamos, excitados y nerviosos, hasta el salón de actos de la "Laboral". Es posible que nos dieran una peseta para regaliz y chucherías, pero no estoy seguro. De pronto, se apagaban las luces y en silencio reverencial asistíamos asombrados al fenómeno, escuchando de fondo el ruido del rollo girando sobre el proyector y alguna bofetada suelta para los más revoltosos. Generalmente ponían aventuras de piratas, de capa y espada o pelis del oeste, con buenos de leyenda y malos malísimos. Sufríamos con las desdichas de nuestros héroes y aplaudíamos a rabiar cuando al final llegaba el 7º de Caballería al rescate. Preferíamos las de color al blanco y negro.

Eran frecuentes las películas de lucha y superación, de niños cantantes y batallas históricas. También veíamos films de corte religioso, elogiando las bondades de las misiones o la vida conventual. Juraría que "Fray Escoba" o "Sor Citroën" las vi en los Salesianos. En las escenas de amor, cuando aguardábamos impacientes la escena del beso apasionado, solía producirse un chasquido en la pantalla y nos quedábamos con dos palmos de narices. Claro que entonces no sabíamos que unas tijeras andaban por detrás. Contemplando embelesados aquella magia, los chiquillos reíamos, chillábamos, nos evadíamos del cole y, por supuesto, alguna vez se nos escapaban las lágrimas que luego procurábamos ocultar avergonzados, cuando se encendían las luces y salíamos comentando las vicisitudes y soñando a qué ídolo queríamos parecernos. Ya sé que me ha quedado una historieta tipo Cine de Barrio, pero así es como la recuerdo.

Juan Carlos Argüelles (Zamora)