Por más que mitifiquemos la fantasía de la infancia en la noche de reyes, todos recordamos pequeñas o grandes frustraciones, no ya cuando nos dijeron lo que ya intuíamos, que eran los padres, sino mucho antes cuando todavía creíamos que eran reyes y magos, y los regalos que nos traían dependían de si habíamos sido buenos o malos.

A mí un año me trajeron carbón. "¡Que es del dulce!" -me decían- en medio del llanto inconsolable a la vista de la mala imitación del carbón de quemar conocido porque lo usábamos en la cocina, pero que para mí era más real que los reyes magos de Manuela Carmena. Ni lo probé, claro.

Más inteligente, o más pequeña en edad o peor disfrazado mi abuelo, me han contado la anécdota de mi hermana que, cuando llegó el rey a casa dijo: "Es el güello con las gafas de la güella". Y se quedó tan campante y con la ilusión intacta, como si hubiese visto a las reinas magas republicanas de Compromís en Valencia: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Con o sin gafas.

Mi sobrina sin embargo, obligada sin saberlo a mantener la ilusión ante mis hijas, algo más pequeñas, al descubrir que Baltasar tenía las manos blancas porque le vio quitarse un guante negro, antes de romper la fantasía buscó una explicación: los reyes que vienen a Zamora no son los de verdad, son disfrazados, porque no pueden llegar a todos los sitios a la vez. Los de verdad eran los de la tele, que estaban en Madrid.

¡Y luego los juguetes! Si son educativos: "¡Qué bien, otra caja!" -decía Violeta, inasequible al desaliento-. Y si no eran bélicos, al final había que comprar una pistola de "restralletes" en el quiosco de la esquina para mi hermano, porque todos los niños del barrio jugaban a matarse como en las películas del oeste, con revólver (ahora se matan agarrando la pistola con dos manos).

Y al final, el silencio o el llanto, ambos tristes, al conocer la realidad y sobre todo al saber que nos engañaban los que más queríamos? Para seguir colaborando en el engaño y mantener la ilusión de los más pequeños que nosotros. Por tradición, supongo. O porque los niños necesitan la magia y la fantasía, seguro.

Por eso no se entiende que se acuse a las cabalgatas de los nuevos ayuntamientos de romper la ilusión de los niños. Aquí, en Zamora, yo vi a los niños encantados al ver que los reyes venían en camellos. ¡Son los de verdad! -gritaban- pese al frío que pasaron entre las dos comitivas y que las piruletas no llegaban a los que estaban varias filas detrás. (Todo se intentará mejorar, claro).

Las cabalgatas habrán sido mejores o peores, según los gustos, pero no deberían utilizarse para criticar indiscriminadamente a los nuevos gobernantes de los ayuntamientos. Mucho menos si se utiliza a los niños como disculpa. Nadie puede romper la ilusión de un niño que cree en los reyes, vengan en carroza o en camello o andando; y traigan lo que traigan, incluso si no traen nada.

Parece que la cabalgata de reyes ha servido como válvula de escape a una situación social crítica: de paro, de emigración, de incertidumbre, de pérdida de ilusiones, de sueños rotos?

Además, los que perdieron los ayuntamientos la han utilizado para seguir criticando a los nuevos mandatarios municipales ¡Ellos sí que han manipulado la ilusión de los niños para hacer política!

Porque pasada la cabalgata de reyes, la realidad es que seguíamos pendientes de los nuevos gobiernos que hay que formar tras las elecciones. El de Cataluña, que ya está en marcha a saberse hacia dónde. Y el de España, que aún sigue en plena cabalgata esperando que la magia llene los zapatos, el derecho o el izquierdo o los dos tras un pacto de amplio espectro. O que haya que repetir la cabalgata electoral de promesas e ilusiones, para ver quién ha sido bueno y quién malo.

En cualquier caso, el carbón está asegurado. Lo pone Europa, como en el gobierno a la portuguesa y a la alemana.