El primer cambio del año, aparte del cambio mismo de anualidad, fue de carácter deportivo, y mucho más previsible que el que puede ocurrir o no respecto al habitante de La Moncloa y mucho menos que el ocurrido con el retiro forzoso y temporal de Artur Mas cediendo los trastos a un tal Puigdemont, fanático independentista catalán. El escenario, el Real Madrid, siempre en candelero, siempre en la picota y siempre metido en problemas que le alejan de ganar títulos, que es lo que importa. El caso es que, como suele ocurrir, se produjo el cambio de entrenador y si el polémico Benítez se comió el turrón en la casa blanca, no pudo sobrevivir al comienzo del 2016. O sea, lo normal y habitual cuando un presidente ratifica al técnico, algo que es como el beso de la mafia, un símbolo de que la sentencia está dictada.

No era un entrenador para un equipo como el Real Madrid, formado a base de artistas, no de obreros del balompié. Benítez, un entrenador con títulos y prestigio a nivel europeo, es trabajador, recto y, como todos los preparadores, busca siempre lo mejor para su equipo, por la cuenta que le tiene. Pero el asunto, tan resbaladizo en una entidad como el club merengue, se le fue pronto de las manos, y los resultados así lo han ido corroborando semana tras semana. Porque pese a todos sus males, el Madrid podía estar ahora mirando al Barcelona por el espejo retrovisor si su entrenador hubiese hilado más fino y hubiese acertado en la práctica con sus rígidos planteamientos teóricos y retóricos. Lo cierto es que en vez dar equilibrio al equipo, como pretendía, lo desequilibró por entero, en conjunto, línea a línea y hombre por hombre.

Como se veía venir, el sustituto es Zidane, otro de los favoritos y niños mimados de Florentino Pérez, el presidente, que parece estar perdiendo el rumbo por entero entre unas cosas y otras, y que si no acierta en sus soluciones y los acontecimientos le acaban desbordando puede que no tarde mucho en tener que abandonar la nave, como ya hiciera en su primera etapa como mandatario del histórico club, lo cual significaría un inmenso regocijo para quienes mantienen en marcha desde hace años una feroz campaña en su contra que, por reflejo y defecto, se proyecta contra el Madrid. El técnico francés asume una enorme responsabilidad, basada más en su historial profesional como antiguo jugador del club que en su experiencia como entrenador que es tan corta como mediocre en el filial madridista, el Castilla, que milita en Segunda B, sin conseguir brillar pese a sus canteranos de futuro.

Los aficionados, entre los que debe encontrarse el presidente blanco, confían en que Zidane, en quien hace tiempo tienen puestas tantas esperanzas, se acabe convirtiendo en la revelación de la Liga y de lo que queda de temporada, en un nuevo y flamante Guardiola, vamos, o incluso en aquel eficaz remiendo que supuso en su día la incorporación de Del Bosque, un oscuro técnico de las categorías inferiores del Real que acabaría convirtiéndose en campeón de Europa y del mundo. El Madrid de la era Zizou empezó bien el sábado, con más movilidad, mejor colocación y otra actitud, pero habrá que verle contra los grandes.