Cuanto llevo escrito sobre la situación de Cataluña durante la guerra, y los antecedentes recordados para mejor comprensión de los hechos, parecen demostrar que nuestro pueblo está condenado a que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario o bajo un régimen autonómico, la cuestión catalana perdure como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias, ya las cometa el Estado, ya se cometan contra él: eso prueba la realidad del problema, que está muy lejos de ser una "cuestión artificial". Es la manifestación aguda, muy dolorosa, de una enfermedad crónica del cuerpo español...".

Esto escribía don Manuel Azaña, expresidente de la República española, hace 76 años, en 1939. En realidad, puede el lector curioso asomarse a cualquier siglo de nuestras atribuladas andanzas de nación: siempre aparece, con parecidos perfiles, la cuestión catalana y la cuestión vasca; entre otras. El mundo avanza, la tecnología progresa, pero eso que llaman identidades siguen ahí, ajenas al paso de las generaciones. El invento de las provincias, en el siglo XIX, fue obra de ilustrados que, como Javier de Burgos, pensaron que de ese modo se podría hacer olvidar los "viejos reinos", a los que los españoles se seguían sintiendo ligados. Viejos reinos: hoy regiones, o autonomías, o nacionalidades. Funcionó, aparentemente. Pero solo mientras hubo dictadura. En cuanto esta acabó y la gente pudo expresarse con libertad, regresaron, ay, los "viejos reinos", las demandas identitarias, "las Españas" que siempre hubo en este país, por más que tanto nos insistan con el singular.

¿Qué hacer? ¿Una nueva dictadura, de faz más amable, que decrete, "porque lo ordeno yo", que aquí todos somos de un único país y que todo el que disienta es reo de alta traición y procede fusilarlo, siquiera simbólicamente? La cuestión es que mucha gente, demasiados residentes de esta península, se consideran con derecho a organizarse de otra manera, con atributos de identidad específicos. Algo que, por otra parte, no solo pasa en España. En Canadá llevan décadas arrastrado lo de Quebec: una parte del país quiere independizarse. ¿Y? ¿Se han cortado las venas? ¿Se han lanzado a insultar y descalificar a quienes han pedido un referéndum de independencia? Pues no. Se sentaron a hablar. Establecieron unas reglas. Y convocaron la consulta. Salió no. Creo que más de una vez. Ya está. En el Reino Unido, hace nada, un Gobierno conservador, el de Cameron, decidió zanjar de una vez la sempiterna petición escocesa de independencia. Se convocó una consulta. Salió no. Y se acabó. ¿Por qué en España hay tanto pánico a la democracia, a preguntar, a dejar que se expresen los que defienden crear otro país, como los de Escocia o Quebec?

¿A qué vienen esos tics fascistoides, con el desnortado Albert Rivera a la cabeza, asegurando que quienes, como los de Podemos, defendemos que la gente se pueda expresar queremos "romper España"? Lean la Historia. La de España. Es tremenda. A España la han roto siempre los "espadones", los totalitarios, los que se niegan a contar con la gente, los que imponen su visión de las cosas (que siempre, oh casualidad, es la que conviene a los más prósperos y desalmados negociantes). A España la rompen sistemáticamente partidos de facción, representantes de una parte de la sociedad, que son incapaces de abarcar el conjunto del país, como hacen hoy el PP y Ciudadanos. A España la cosen, la unen, la mantienen cohesionada, los partidos que tratan de abarcar el conjunto, de tejer fraternidades entre unos y otros, de buscar nuevos estímulos para seguir avanzando juntos y en armonía. Así que ya vale. Estamos ante un nuevo tiempo. Y se pongan como se pongan los de "la voz de su amo", desde aquí abajo haremos lo que tan nerviosos pone a los de ahí arriba: hablaremos, nos reuniremos, buscaremos formas amables de convivir y plantaremos cara a cuantos se emperran en que vivíamos cómo a ellos les convendría para seguir forrándose a nuestra costa. Puede que España se rompa, pero será por la parte buena: corruptos, ladrones y amorales a un lado; la gente decente, trabajadora y normal al otro. Y veamos a cuál de las dos Españas le va a mejor.

(*) Secretario general de Podemos Zamora