Una parte importante de los éxitos o de los fracasos electorales de los diferentes partidos políticos están relacionados tanto con las expectativas previas de las formaciones políticas, como con la gestión que se hace a posteriori del resultado obtenido. Así, cuando las expectativas son elevadas, unos números objetivamente buenos se pueden transformar a posteriori en un mal resultado electoral. Ya desde la noche misma de los comicios las fuerzas políticas procuran generar un discurso que los permita fijar el enmarcado en el que ha de discurrir el debate durante las semanas posteriores. Un ejemplo evidente de esto es lo sucedido en las elecciones celebradas hace pocas semanas en nuestro país para elegir a los diputados y senadores que compondrán las Cortes Generales de la XI Legislatura de la democracia. Por un lado, tenemos el ejemplo de lo ocurrido a Ciudadanos. La fuerza antinacionalista catalana se presentaba por segunda vez a unas elecciones generales, después de haber obtenido apenas 46.000 votos en las de 2008 y no haber concurrido en las de 2011. Siete años después, la formación naranja obtiene cuarenta escaños y tres millones y medio de votos que, sin embargo, han dejado un regusto amargo entres sus líderes y entre sus votantes. Y es que estos escaños y estos votos parecen ahora poca cosa en relación a lo que el partido pudo haber obtenido de haberse confirmado las tendencias que marcaban las encuestas hasta pocos días antes del inicio de la campaña electoral.

Un ejemplo en sentido contrario lo tenemos si analizamos el caso de Podemos. La formación morada se presentaba con sus propias siglas en toda España excepto en Galicia, Cataluña (dos de las comunidades históricas -así denominadas por haber plebiscitado su estatuto en el pasado, no por otra cosa-) y la Comunidad Valenciana. En estas tres comunidades lo hacía en confluencia con otras fuerzas nacionalistas periféricas y de izquierda, por lo que su marca quedaba diluida, como ocurría en Cataluña, o directamente desaparecía, como era el caso de Galicia donde la coalición concurría con el nombre de En Marea. Un análisis de los resultados ofrece información útil para entender cómo generar un relato ganador sobre la base de unos resultados que podían haber sido interpretados de otra manera. Desde esa misma noche, Podemos presentó como suyos los 69 escaños obtenidos por las cuatro candidaturas (42 de Podemos, 12 de En Comú-Podem de Cataluña, 9 de Compromís-Podemos y seis de En Marea), cuando en realidad, y si nos atenemos al origen político de cada uno de los diputados, Podemos obtiene en sentido estricto 49 diputados (a los 42 que se presentaron por sus siglas, hay que sumar los tres obtenidos en Valencia, los dos obtenidos en Galicia y los dos en Cataluña), frente a los cuatro de Barcelona En Comú, cuatro de Compromís y dos de Anova en Galicia. Que son cosas diferentes lo muestra el hecho que algunos de los partidos que concurren de esta manera compitieron electoralmente con Podemos, como es el caso de Valencia, en las últimas elecciones autonómicas, o el que hayan manifestado interés en formar cuatro grupos diferentes en la Cámara Baja. La agenda, en fin, de Podemos, coincide solo parcialmente con la de los grupos en las que se van a integrar sus diputados y ello puede originar importantes problemas de funcionamiento a la formación dirigida por Pablo Iglesias a lo largo de la próxima legislatura. Ese ha sido su primer gran éxito, como también lo ha sido tomar como propios los tres diputados (dos por Cataluña y uno por Galicia) que son en realidad de Izquierda Unida, por lo que la formación dirigida por Alberto Garzón contará en este Congreso con cinco diputados, si bien repartidos en tres grupos parlamentarios diferentes.

Esta venta tan positiva de los resultados permite, además, orillar otros análisis que resultan de interés una vez celebradas las elecciones. La única comunidad en la que Podemos ha resultado ser la fuerza más votada ha sido precisamente la otra comunidad histórica: el País Vasco. Esto supone que sin acudir a alianzas con fuerzas locales, la formación morada ha sido capaz de imponerse en lugares con subsistemas de partidos más complejos que los que existen en el conjunto del país y al menos tan heterogéneos como los existentes en Cataluña y en Galicia. Lo cual permite poner en cuarentena, al menos desde un punto de vista teórico, la afirmación repetida varias veces por la propia dirección de la organización de acudir en compañía de fuerzas locales a los comicios del 20 de diciembre por la singularidad de los contextos electorales en este tipo de regiones. Y nos deja la duda, además, de cuántos escaños hubiera obtenido Podemos si se hubiera presentado en solitario con su marca en el conjunto del país. Unos escaños que, desde luego, hubieran sido de más fácil gestión para la organización que los que tiene a día de hoy repartidos en cuatro grupos políticos, y posiblemente parlamentarios, diferentes.

(*) Sigma Dos