Hay varios tipos de interpretaciones sobre la crisis orgánica del PSOE, abierta tras la debacle electoral del 20 de diciembre. Unas son erróneas y otras decididamente interesadas. La última, la de Pablo Iglesias -dirigente de Podemos- no por ser errónea deja de ser interesada. Si el Partido Socialista tiene dos almas -que las tiene, y más- no son las de los inmovilistas que anhelan una "Grossen koalition" con el PP y las de los refundadores que podrían hacer encajar en su ideario "el derecho a decidir" de los pueblos de España. Esta lectura del carajal montado tras la reunión de la Comisión Ejecutiva Federal es falaz y propia más bien de la "vieja política"; pretende eximir a Podemos de responsabilidad en la no consecución de pactos para gobernar y situarlo en posición privilegiada ante la posible repetición de elecciones. Calificar de "sensato" al núcleo dirigente del PSOE es mera estrategia electoral que posibilite el sorpasso. Es decir, es propaganda y no análisis político.

Aunque simple y efectista esta versión no es original. Nace en el contexto del estudio aritmético que la misma noche del 20 de diciembre hace el equipo de Pedro Sánchez: si se suma a toda la izquierda los representantes del PNV y se consigue la abstención de los diecisiete diputados electos de ERC y DyL, habría mayoría parlamentaria para investir al líder del PSOE como presidente del gobierno. Por eso no hubo dimisión ni reconocimiento público de hundimiento electoral. Una luz de esperanza se encendió en los despachos de Ferraz. La fría matemática debía ser revestida con un potente mensaje ideológico fácilmente transmisible y asumible. El especialista en este tipo de consignas es César Luena que no tardó en aprovechar el momento: la ciudadanía ha votado "cambio", dijo y las políticas de austeridad de Rajoy pueden pasar a la historia si la izquierda se une. Otra vez propaganda. Fueron los barones de las principales federaciones los que vieron que las cuentas no cuadraban: ¿quién en su sano juicio acometería una legislatura tutelado por dos fuerzas independentistas?, vinieron a decir. Y si el PSOE tiene dos almas, ¿cuántos cuerpos electorales tiene Podemos? ¿Está dispuesta Ada Colau, la nueva baronesa del noreste, a insuflar aliento a Pedro Sánchez? Ya sabemos la respuesta. No. Ni ella, ni las Mareas ni tan siquiera Compromís.

Sin embargo, en la mañana del 21 de diciembre, y en el ala noble del edificio de Ferraz se diseñó la estrategia que aún sigue vigente: un partido que puede llegar a gobernar o, al menos, posibilitar la gobernabilidad de España no ha perdido las elecciones. Prestigiosos analistas como Soledad Gallego-Díaz y Enric Juliana se sumaron a esta tesis. El segundo de los casos, posibilitar la gobernabilidad, absteniéndose en segunda ronda para que Rajoy alcance la presidencia del Gobierno, parece descartado: ni los militantes ni los votantes aceptarían un pacto de estas características. Pero no así el primero; a pesar de que la tozuda realidad lo hace inviable: solamente cediendo en la cuestión territorial -y no es cosa menor- se alcanzarían los apoyos necesarios. Cualquiera de las dos alternativas condenaría al PSOE a la irrelevancia en el corto plazo. Esta es la ratonera en la que nos ha metido Ferraz. Bien es cierto que en esta segunda tesitura el equipo de Pedro Sánchez y él mismo pervivirían e incluso como ya se anunció -en el momento más inoportuno pero significativo- reeditaría su condición de secretario general. Esto es lo que hay detrás de la estrategia de pactos imposibles: el intento de supervivencia de la élite política y la de los funcionarios del partido socialista; todas las demás consideraciones son secundarias. Incluso la de la posibilidad de regeneración del PSOE para poder ser de nuevo referencia y alternativa al PP; incluso las consideraciones sobre el bien general han sido postergadas (como en Alien, el octavo pasajero donde Ian Holm en el papel Ash, el oficial científico, recuerda que la nave Nostromo debe llevar a la tierra su preciada carga sin consideraciones secundarias). Es un maquiavelismo sin Nicolás de Maquiavelo, en donde solo interesa alcanzar el poder. No es de extrañar, pues, que los sensatos (los otros) del Comité Federal hicieran pública su irritación; no estaban dispuestos a que la ambición personal de la cúpula les arrastrase a una aventura en la que nadie, salvo quizás Pedro Sánchez, ganase algo. La batalla se sigue dando en estos momentos, ya veremos el desenlace. Lo que parece claro, si hay que buscar una épica al asunto, es que la referencia literaria no son "los idus de marzo" aunque los tiempos, al menos los del próximo Congreso, son importantes. Es mucho más ilustrativo, si queremos echar mano de Shakespeare, el Macbeth, del cual tenemos en cartelera una espléndida versión de Justin Kurzel. A grandes rasgos, Macbeth, duque de Escocia, consumido por las ansias y la ambición de poder, alentado por su esposa, utilizará diferentes artes para conseguir el poder. Parece una plantilla.

(*) Profesor de Filosofía en el IES León Felipe y exportavoz del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Benavente