Llegaron a lomos de soberbios camellos, que es como la tradición representa el viaje de Melchor, Gaspar y Baltasar a Belén, para adorar al Niño y ofrecerle sus ricos presentes. Unas indumentarias maravillosas, pero una puesta en escena y una Cabalgata en su conjunto, a tenor de la opinión generalizada que pude recoger de aquí y de allá, bastante "pobre", y no precisamente en el sentido de austeridad, y "decepcionante". El recorrido no gustó a prácticamente nadie, por lo menos de los que dan la cara, no la palmada hipócrita, para luego clavar el aguijón de la crítica más mordaz en la espalda.

"El itinerario fue un error" y lo entrecomillo porque la frase tampoco es mía, como no lo son la serie de adjetivos que en la noche de la ilusión llenaban la boca de los espectadores. "Se han lucido" fue otra de las frases más repetidas en una noche que para no faltar a la tradición, fue fría. Y lo fue por dentro y por fuera. La bajada de San Antolín supuso la deserción de algunas patinadoras que reflejaban en la mirada y en el rostro un miedo lógico por otra parte. Los experimentos, ni con gaseosa. Y este experimento que a buen seguro tendrá sus muchos defensores, cuenta con una cantidad mayor de detractores.

A veces da reparo reconocer ciertas cosas porque no todo el mundo sabe encajarlas con humildad y con la necesaria gallardía para reconocer "me he equivocado". Por el contrario, cuando vienen mal dadas, lo suyo es que los responsables suelten el consabido "un servidor no ha sido" pasando el marrón, en este caso a los políticos que todo lo que tienen que ver en la Cabalgata de Reyes es haber dado su consentimiento.

Algunos entendidos afirmaban que se había hecho "con exceso de improvisación". Que le faltaban elementos. Que es tanto lo que han quitado que se ha notado demasiado. Malo es pasarse pero tanto o peor es quedarse corto. A la tradición no se le pueden quitar elementos y más elementos y quedarse tan oreados. También se quitaron muchas viejas costumbres, que no añejas, que hundían su raíz en la misma tradición. Una pena porque se perdió una buena oportunidad, en una ciudad que ha tenido más luminarias que nunca y más bonitas que por lo menos en los últimos ocho años.

Efectivamente, sí hubo ilusión en la Cabalgata de Reyes, los niños se encargaron de ponerla con sus ojitos soñadores y con el pensamiento puesto en la mañana siguiente, pero la magia brilló por su ausencia. Ese fue el sentir generalizado, el que más repetidamente se expresó, fundamentalmente por los mayores, los niños, hasta que aparecían los Reyes, como que pasaban del tema manifestando con su actitud su disconformidad. Se esperaba otra cosa. Lamentablemente se defraudaron las expectativas puestas en una Cabalgata "insulsa" a tenor del parecer de alguna mamá y "muy pobre" y no en el sentido de austeridad, a tenor de todos los demás.