En la vecina Portugal, y coincidiendo con la llegada del año nuevo, su primer ministro, el socialista Antonio Costa, ha anunciado que 2016 significará el fin de las políticas de austeridad mantenidas durante los últimos cuatro años por el Gobierno de centroderecha, sustituido ahora por una coalición poselectoral de izquierdas. Para Costa y sus socios, entre ellos el Podemos luso y los comunistas, se ha interrumpido ya el camino de empobrecimiento y retroceso social que impusieron sus antecesores, lo que supondrá una economía más solida y sustentable y el afianzamiento del estado del bienestar.

Eso es lo que ha declarado el jefe del nuevo Ejecutivo que por ahí si lleva un mes gobernando y que en sus primeros veinte días ha tomado una serie de medidas muy bien acogidas por la población después de las duras restricciones sufridas anteriormente, por más que se reconozca que hubo que aplicar duros y sacrificados recortes por las exigencias del rescate financiero a Portugal. Pero el nuevo Gobierno ha suprimido ya el impuesto extraordinario a los trabajadores, ha iniciado la devolución gradual de los ajustes aplicados a los empleados públicos y ha decretado el aumento en un 5 por ciento del salario mínimo.

No ha sido fácil, porque la realidad económica suele quedar flotando siempre por encima de las ideologías, y a punto ha estado ya de romperse la entente izquierdista, con el asunto del salvamento de Banif, un banco de procedencia española, a donde ahora retorna, y que ha obligado a invertir más de 2.000 millones de dinero público. Ni los comunistas ni los del Podemos luso estaban por la labor, pero finalmente ha sido la abstención del derrocado centroderecha de Passos Coelho la que ha servido para dar luz verde al polémico asunto que amenazaba con romper una alianza que no será nada fácil sostener.

Ya se verá, y puede ser un espejo para España, cuya situación es tan parecida y paralela a la de Portugal. Allí, al igual que aquí, en las elecciones generales ganaron los que ya ostentaban el poder, pero sin mayoría, y tras menos de dos semanas de imposible gobernación tomaron el relevo los tres partidos que le siguieron en votos, un bloque de izquierdas. Por delante tienen la recuperación social y económica, con el rescate europeo como gran lastre. Aquí, el rescate es el de la banca, que hay que pagar igualmente, y del que faltan todavía dos terceras partes por abonar. El PP ha sido el partido más votado, pero muy lejos de la mayoría y ello, en teoría, da pie a un Gobierno alternativo de izquierdas si Podemos priorizase, que no lo hará, su plan de emergencia social por delante de concesiones como el referendo secesionista catalán.

Todo lo cual parece demostrar fehacientemente que el cambio pudo o puede ser posible, aunque solo sea para evitar la repetición de las elecciones, que tal vez tampoco aclare el fragmentado panorama actual. Una política de cambio, racional y social, llevando los recortes no al pueblo sino a las instituciones innecesarias -Senado, diputaciones, parlamentos regionales, entes duplicados y demás- sería necesario, como en Portugal. Pero medidas semejantes nunca vendrán de la mano del PP.