De vez en cuando hay que regresar a los áridos días de la escuela en que estudiábamos gramática y nos peleábamos con aquello de los verbos transitivos e intransitivos. Nadie lo hubiese supuesto, pero resulta que aquellos temas se están convirtiendo en cuestión de actualidad y quizás fuese buena cosa echar mano a los apuntes o pedir prestado el libro de lengua a a un hijo o un sobrino. Y es que resulta que el verbo decidir es transitivo, o sea, que hay que decidir algo. Ese algo es el objeto o complemento directo, por cierto.

Cuando el líder de Podemos habla de que está a favor del derecho a decidir, viene a decir en el fondo que está a favor de celebrar el Día de la Madre. La gran pregunta aquí es el objeto directo. ¿Derecho a decidir qué?

A continuación, si hacemos caso de sus reiteradas declaraciones, nos enteramos de que propone un proceso a la escocesa, en que ambas partes negocien los términos de un acuerdo y ese acuerdo se someta a votación. En principio parece muy bonito, ¿pero alguien podría concretar un poco? ¿Sobre qué términos se plantearía ese acuerdo? ¿Qué estaría dispuesta a ofrecer una u otra parte?

¿Se aclararía de algún modo la permanencia en el euro o la Comunidad Europea? ¿Se pondrían de acuerdo en el reparto de la deuda pública o en el modo de pagar las pensiones a los que han estado cotizando? ¿Qué pasaría con la nacionalidad? ¿Cual sería el mínimo aceptable para dar por bueno el resultado? ¿La mitad más uno del censo? ¿Una mayoría cualificada? ¿O la mayoría simple que en una comunidad de vecinos no basta ni para cambiar los buzones?

No seamos ilusos: si hasta las CUP han logrado el imposible metafísico de empatar exactamente en una votación interna en la que participan 3000 personas, ¿cómo demonios podemos pretender que se llegase a un acuerdo sobre semejante cantidad de temas enfrentados? El acuerdo que se debería decidir no llegaría nunca. No habría acuerdo de ningún tipo y al final estaríamos donde estamos: en que unos dicen que sí, por narices, y otros que no, por las mismas narices.

El derecho a decidir es una trampa. Una ilusión óptica. Un espejismo. Una chorrada.