En general, todos sentimos amor a la tierra que nos vio nacer y en la que nos criamos. Hay muchas ocasiones a lo largo de nuestra vida en las que se nos muestra la oportunidad para hacer patente el afecto por lo que consideramos nuestro, porque nuestra es la localidad en la que nacimos y nuestra es la patria a la que pertenecemos. El deber de expresar cariño hacia lo nuestro parece que es lo que corresponde a nuestra condición de ser humano, pero, a veces, da la impresión de que hay acciones que demuestran lo contrario, causar daño o perjuicio a la sociedad en la que vivimos es demostrar un desprecio a lo que es nuestro.

La Historia viene a ser un exponente de hechos que unas veces son testimonio de amor patrio y otras son evidencias de desprecios, traiciones o hechos reprobables y lesivos al común de los ciudadanos.

En el año 1607, en Zamora, se produjo un hecho digno de encomio por su ejemplaridad:

Don Antonio Enríquez de Guzmán, VI Conde de Alba y Aliste, había sido nombrado Alférez del Regimiento (Corporación Municipal de Zamora), cuyo cargo tenía como misión protocolaria guardar durante un año la Seña bermeja. Esta simbólica representación hizo que el zamorano Conde de Alba y Aliste, llevado por su amor patrio, hiciera un cuantioso ofrecimiento que manifestó en carta dirigida al Ayuntamiento en la que decía:

"El deseo que tengo de servir a V. Sría. y el reconocimiento de ser hijo de esa ciudad, me hace estar siempre cuidadoso de mostrarme agradecido y considerando los trabajos que en ella se pasan con el pecho que se paga a S.M. (tributo al rey) me ha parecido aliviarla de esto tomándolo yo por mi cuenta para que, para siempre jamás, quede libre de esta carga y si como la reservo de ella con la hacienda lo hubiera de hacer con sangre, crea V. Sría. que con el mismo gusto la ofreciera, y ansí suplico a V. Sría. que desde principio deste año 1608 no se arriende la sisa porque desde entonces corre por mí. Guarde Dios a V. Sría.- En Madrid, 12 diciembre de 1607. El Conde de Alba".

Decía el conde, don Antonio Enríquez de Guzmán, como comentario a su generosa donación que todo le parecía poco por el amor que tenía a Zamora y el bien que deseaba a sus ciudadanos.

Don Antonio Enríquez de Guzmán, natural de Zamora, VI Conde de Alba y Aliste, fue Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, Gentilhombre de Felipe II y de Felipe III, de cuyo monarca fue Cazador mayor, Montero Mayor de la reina Margarita, Baylío de Lora, Alférez Mayor de Zamora, procurador en Cortes por la provincia de Zamora. Formó parte de las Galeras de Malta en la expediciones de Orán y Mazalquivir, peleó en las guerras de Flandes y contra los moros en Granada. Prestó muy señalados e importantes servicios al Ayuntamiento de Zamora. Donó las ropas de terciopelo y las mazas de plata que, hasta muy recientemente, portaban los maceros de la Corporación municipal. Se calcula en dos millones de maravedíes su aportación para el pago de tributos de la ciudad a perpetuidad.

Gozaba el conde de Alba y Aliste de la máxima consideración y afecto del rey. Estaba casado con doña Juana de Acevedo, condesa de Fuentes. Murió don Antonio Enríquez de Guzmán en enero de 1611.