Aún estaban calientes los votos, apenas recién salidos de las urnas, recontados deprisa y corriendo, cuando algunos representantes políticos, como la señora Villalobos -vicepresidenta del Congreso- afirmaba que, posiblemente, habría que repetir las elecciones porque los resultados no invitaban a vaticinar la formación de un nuevo gobierno. Después de ella, otros conocidos líderes, tras cortos cabildeos, se han sumado a lo dicho por la señora a la que le gusta tanto jugar a los "marcianitos" en el Congreso mientras otros debaten los presupuestos. Y la una y los otros se han quedado tan anchos, como si lo de ir a votar fuera algo tan pueril como jugarse a los chinos quién paga las cañas en el Aureto. La gente ha votado lo que ha votado, y no por repetir la votación va a cambiar de opinión, porque eso sería admitir que su voto habría sido depositado en la urna de manera frívola y descerebrada o, al menos, sin haberlo meditado lo suficiente. Lo que sí sería frívolo es llegar a repetir las elecciones, porque este país, entre otras cosas, se rige por un sistema parlamentario, y no presidencialista, de manera que por mucho que se empeñen algunos políticos en presentarlo de otra manera o vestirlo de lagarterana, la cosa es como es y no de otra manera.

Lo cierto es que el mapa político ha cambiado, y no precisamente debido a los devaneos de los electores, sino obligado por las desafortunadas actuaciones de los partidos clásicos, o convencionales, o como queramos llamarlos. Debido a sus abusos y corrupciones, hay gente que se ha hartado de ellos y ha optado por elegir a otros recién salidos del horno que no cuentan con antecedentes. De manera que así han surgido Podemos y Ciudadanos, dos partidos sin pasado, ni bueno ni malo, de los que nadie está en condiciones de demostrar si son o no de fiar. Dos desconocidos que arrastran grandes dosis de incertidumbre, las mismas que tendría cualquiera que abriera su casa al primer vendedor de libros que llamara a la puerta. Así que el hecho de haber recogido ambos un montón de votos ha sido más que un premio a ellos mismos un castigo a los demás partidos.

De manera que la cosa está así, con un puzle de cuatro partidos disputándose el poder, que ahora deben ser capaces de demostrar que saben ejercerlo para bien de los españoles. Y así deben hacerlo desde ya, porque si su primera actuación pasara por convocar nuevas elecciones, no siendo capaces de ponerse de acuerdo en la gobernabilidad del país, pues apaga y vámonos, ya que sería el preludio no solo de la desesperanza sino también de tener que admitir que no están capacitados para ejercer tareas de gobierno.

Mal empezaría esta nueva generación de jóvenes, con pinta de artistas de cine o de jugadores de básquet, llevando al país otra vez a las urnas, porque la gente tiene más cosas que hacer que la de cultivar el ego de la clase política, ese que nunca ven colmado los que aspiran a "mandar" y que les hace mostrarse en olor de multitudes actuando en mítines de diseño o participando en aburridas tertulias televisivas. De manera que más vale que empiecen a dejar de mirarse el ombligo y se pongan de acuerdo en la cosa de la gobernabilidad, porque de no ser capaces de manejar con destreza los resultados de las recientes elecciones daría la impresión de que tampoco lo serían para resolver otro tipo de tareas.

Volver a votar a personajes incapaces de resolver lo fácil sería perder el tiempo, ya que habrían demostrado sobradamente no valer tampoco para resolver lo "difícil". Conmigo que no cuenten para ello. Mientras tanto no me olvido de que la mentira no solo es lo opuesto a la verdad, sino también lo más próximo al silencio.