Escondida entre la costumbre social de las "inocentadas" o bromas del 28 de febrero puede quedar la fiesta litúrgica de los Santos Inocentes, que la Iglesia celebra haciendo memoria de los niños que, según el evangelio de Mateo, murieron asesinados por el rey Herodes, quien buscaba acabar con la vida del Mesías recién nacido, después de verse burlado por los Magos de Oriente. A partir del siglo IV, se estableció una fiesta para venerar a estos niños menores de 2 años, muertos como "mártires" en sustitución de Jesús. La devoción hizo el resto. En la iconografía se les presenta como niños pequeños y de pecho, con coronas y palmas (en alusión a su martirio). La tradición oriental los recuerda el 29 de diciembre; la latina, el 28 de diciembre. Tal como dijo San Quodvultdeus (siglo V), "todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo".