El mensaje de Navidad del rey, desde el Palacio Real, era esperado en esta ocasión con especial interés dada la situación producida de cara a la próxima legislatura y a la gobernabilidad de la nación tras los previstos y apretados resultados del pasado día 20, lejos los principales partidos, los del bipartidismo y los emergentes, de la mayoría absoluta y abocados por tanto a la búsqueda de alianzas, naturales o no tanto, que permitan formar un Gobierno para echar a andar y no volver a las urnas en un par de meses.

Había quienes no ocultaban su esperanza o su deseo de que Felipe VI en su intervención abordase de alguna manera el problema planteado pero el discurso del monarca ha sido, y así debía ser ahora mismo, diplomático a más no poder en ese sentido, evitando cualquier alusión directa a la situación política planteada en España, aunque haciendo una llamada general al diálogo y al consenso. No hacerlo de esa manera pudiera haber dado motivo a nuevas controversias entre las distintas fuerzas políticas.

Así lo entiende el rey al asegurar con énfasis que lo que debe importar a todos en estos momentos, ante todo, es España y el interés general de los españoles. Pues eso. Sin dejar de lado, por supuesto, los otros grandes problemas -se refirió a la necesidad de crear empleo digno- y asuntos que siguen preocupando a los ciudadanos. Con referencias muy claras a la situación de Cataluña, instando a no olvidar las graves consecuencias de la ruptura de la ley y la imposición de una idea o proyecto de unos sobre la voluntad de los demás, por cuanto ello supondría la decadencia, el empobrecimiento y el aislamiento.

Un discurso sobrio, en el que no ha faltado nada del año que se va, su primer año completo como rey de España, con alusiones a los más destacados temas que han ido marcando el devenir, y el recuerdo para quienes dieron su vida por la patria. Una intervención bien valorada por los principales líderes políticos, como ha ocurrido igualmente con las positivas valoraciones que se han hecho de su primer año de reinado, salvo por aquellos partidos que no ocultan su tendencia republicana, como Podemos.

No tranquiliza precisamente que, en casos como el presente de inestabilidad política, fuese el presidente de una república, algún político ya amortizado y que conservara cierto renombre -González, Aznar- quien tuviese que enfrentarse a la situación. El ejemplo de Portugal no puede estar más cercano, con un centroderecha que obtuvo más votos pero que investido en minoría su Gobierno duró 11 días exactamente teniendo que dejar paso a una alianza de izquierdas en mayoría absoluta. La figura del monarca al frente de la Jefatura del Estado es un reflejo de garantía institucional por encima de las distintas fuerzas políticas y sus complejos intereses encontrados.

Según una encuesta de hace pocos días, firmada por la prestigiosa Metroscopia, el 81 por ciento de los españoles aprueba la labor del rey Felipe VI y la forma en que desempeña sus funciones, priorizando la cercanía a la sociedad, lo que ha servido para reafirmar el prestigio de la monarquía.