Ha pasado la tormenta de las urnas y ha comenzado ese periodo de aparente calma chicha, en el que, sin ninguna duda, se van a plantear y a resolver oscuridades, falsos planteamientos, habrá que tener suerte para encontrar atajos que nos lleven a buen puerto porque se trata de una necesidad imperiosa.

En el complejo campo de los partidos políticos, en ese inmenso contenedor de siglas, colores y laberíntico crucigrama de ideas y pensamientos en constante contradicción, queda marcado con toda claridad lo que sobra y lo que falta desde que se llegó a esta precipitada denominación de democracia, porque para tener y mantener ese rango hacen falta una serie de puntos de referencia básicos y fundamentales. Así estamos viviendo las consecuencias de los resultados del pasado día 20. En toda auténtica democracia hay y se mantienen en matizaciones y detalles dos grandes grupos que llenan sus amplísimas alforjas con toda clase de detalles y matices, pero a la hora de las grandes y decisivas decisiones están firmes y seguros, manteniendo viva esa coincidencia de pensamiento que puede dar salida a ese centro común que puede salvar momentos críticos.

Ese minifundismo de partidos, vocerío impertinente de quienes todavía no se han desprendido del babi de primaria se permite juicios en las elecciones del pasado mayo, de decir públicamente que en las listas a los ayuntamientos deberían fijarse edades tope. Yo les recordaría a esos bebés de la política que en mayo de 1945 cuatro ochentones dijeron esto debe acabarse, pero atrás quedaban como recuerdo de la Primera Guerra Mundial diez millones de muertos y en la Segunda otros sesenta. En ambas, los treintañeros tuvieron mucho que decir. Vamos a pasar página y a situarnos en este intervalo de dudas, de incertidumbres y ciertos peligros y dar un serio repaso a esa madeja de siglas que nada resuelven y todo complican o lo desbaratan por completo.