No es que el resultado del 20D se haya apartado mucho de lo esperado, pero sí lo suficiente como para que la incertidumbre y la desorientación se hayan apoderado de nuestros más altos representantes políticos. Tanto que uno no puede por menos que preguntarse si esto es debido más a la especial anomalía de la coyuntura o bien a unos líderes que no lo son tanto.

El PP está noqueado a pesar de que lo que le ha ocurrido es aquello que durante los últimos tres años venía viendo y advirtiendo cualquiera que no estuviera cegado o enmudecido por el alpiste del pesebre. Pero no quiso ver que buena parte de los votos perdidos eran ya irrecuperables y que mejor que se quedaran en casa era que votaran a la única fuerza con la que podría plantearse un apoyo de legislatura e incluso un gobierno de coalición. Sin embargo, el ataque sin cuartel a Ciudadanos y Albert Rivera y la insistencia en propagar la falacia de que estaba ya cerrado el "pacto de perdedores" entre PSOE, Podemos y Ciudadanos les ha funcionado tan bien a los ideólogos de Génova que ahora en su pecado va la penitencia para España. Me recuerda a mayo cuando Martínez Maíllo y los suyos se empeñaron en convertir a Guarido en el mayor receptor de voto útil y por tanto en alcalde de Zamora. Ahora los escaños no suman y hoy Rajoy tiene prácticamente imposible repetir su estadía en La Moncloa.

El PSOE, como pollo sin cabeza, nada entre Pedro Sánchez, resucitado por la aritmética electoral y cuya pervivencia solo parece posible cerrando un pacto de gobierno con Podemos, lo cual obligaría a estos últimos a eliminar sus líneas rojas de negociación, lo cual no parece fácil, y Susana Díaz que ni se puede permitir a Podemos ni quiere al PP. Mientras, Podemos es rehén de los pactos de candidatura con diversos grupos independentistas.

Por su parte Ciudadanos tratando de corregir su error de campaña -no ver que su gran caladero electoral estaba en los votantes desencantados del PP y mantener una equívoca equidistancia-, hace la que de momento es la propuesta más interesante, un pacto PP-PSOE-Ciudadanos.

En nuestro sistema constitucional, los votantes no elegimos presidente del Gobierno, sino a nuestros representantes en el Congreso y son estos los que tienen que sumar los votos suficientes para investir un presidente. Así pues, tan legítimas son unas alianzas como otras, aunque unas nos gusten más que otras. Pasó el tiempo de las urnas, ahora llega el de la política y los pactos que desembocarán en un acuerdo o tendrán que dar otra vez paso a las urnas. Nada de ello es dramático, todo es democrático. De la habilidad negociadora, de la visión de conjunto y no cortoplacista y también de la generosidad o soberbia personales dependerán la estabilidad y el futuro de España. Lo ha dicho Feijóo: Nadie es imprescindible.